Mediocres del mundo ¡Me río en vuestra cara!

lunes, 23 de diciembre de 2024

El asunto

He dado más vueltas al asunto que un vinilo se los Stones en la casa de Scorsese, y aun así no consigo entender ni su sentido ni su significado. Esto es otro galimatías más que jamás conseguiré desentrañar. Algo tan abstracto como el Estado de Gracia o el Vacío cuántico. Algo sin principio ni fin, sin cuerpo ni alma, algo que ni vemos ni percibimos pero que lo buscamos desde que existimos. Cuando crees haberlo alcanzado se deshace sin dejar rastro, ni olor, ni humo, nada.

Se supone que soy un experto en el asunto, pero lo cierto es que solo soy un aprendiz que duda más de lo que sabe ¿Cómo debo, pues, enfrentarme a un auditorio que espera saciar la sed de ese conocimiento que se empeña en mantenerse oculto incluso para quién lo ha estudiado durante tantos años?
El sudor y el temblor de manos me delatarán una vez más ¿Seré acaso un impostor, como otros tantos que afirman tener ese conocimiento?
Los que se atrevieron a presentar sus conclusiones, antecesores unos, predecesores los otros, sembraron más dudas que aclaraciones al respecto. Con estos antecedentes, solo un loco o un insensato se subiría a esa tribuna que me aguarda, silenciosa, como la guillotina a Luis XVI; como la soga que en unas horas rodeará el cuello del reo. En este caso, será mi  reputación la que colgará de esa cuerda infame. La suerte está echada.
He llegado a este punto porque por un instante creí que la fórmula era correcta y todo parecía encajar a la perfección. Era algo tan bello como extraordinario, pero solo fue un espejismo. En una fracción de segundo, el artificio se desmoronó ante ese impotente y patético ser que se rascaba la cabeza sin comprender nada. 
Es muy probable que el misterio de este asunto jamás sea  descubierto, revelado, o que tan siquiera alcancemos a comprenderlo dentro de mil años, tal vez más. Siempre ha estado ahí, tal como es, en su perfección y grandeza, somos nosotros los que no podemos verlo.
Una hora antes de mi intervención, subo al  taxi y, tras una charla banal sobre la Navidad y lo que sea que signifique esta celebración para un taxista paquistaní, unos minutos antes de llegar a mi destino, el tipo cambia la emisora de la radio porque, cito textualmente sus palabras: “estoy hasta los huevos, con perdón por la expresión de tanto politiqueo". Ah, música moderna, mucho mejor…

Soy un perdedor, I'm a loser baby, so why don’t  you kill me?

¿Será casualidad? O quizás la canción de Beck es un aviso premonitorio de lo que está a punto de sucederme?
Tonterías, yo no creo en las casualidades. Yo decido mi destino.





martes, 17 de diciembre de 2024

El sintecho

 

Sin un techo, sin un lugar donde caerse muerto, sin nada que echarse a la boca. Sucio como un siervo de la gleba, apestando al alcohol barato de una botella que se esconde tras una bolsa de papel, como si fuera consciente de ser la ruina de tantas y tantas personas. El vagabundo observa la botella medio vacía, como si fuera el Santo Grial.
No es mi culpa, tú eres el responsable de tu ruina. Mira en lo que te has convertido. La botella tiene su orgullo, no consiente que la difamen. 
Qué sabrás tú lo que es el sufrimiento humano. Solo eres un falso profeta, un catalizador de fantasías, responde el hombre al objeto, como si este entendiera sus reproches.
“No es culpa mía" 
Cuantas veces habremos oído eso, cuántas lo habremos dicho nosotros mismos. El que esté libre de pecado…
Dicen que la felicidad es eso que disfrutan los que menos la merecen. No es lo mismo conocer el camino que recorrerlo. No, no es lo mismo.
Sea como sea, los que han tocado fondo, saben que desde ese punto todo es más sencillo. Estrellar la botella contra el asfalto solo es un gesto, un primer paso. Como alzar un puño desafiando aquello que tenemos encima, aunque sepamos que de ahí no vamos a pasar.
El sintecho me dijo algo que no olvidaré nunca.
Ahora tengo una casa, comida caliente todos los días y toda clase de lujos. Antes no tenía nada, pero al menos era el dueño de mi miseria.



jueves, 28 de noviembre de 2024

Heartbreak Hotel.


La recepción es oscura. Deprimente como esas naves industriales cuyas máquinas tras el cese de la actividad no fabrican más que polvo. Como los maniquíes de las tiendas de un país comunista que solo pueden lucir trajes de pana.

Tan triste como una novela apolillada, olvidada en el cajón de un escritorio cerrado con una llave extraviada.

Un cuchitril mohoso donde habita un recepcionista con aspecto de enterrador. Dientes de Nosferatu y ojos de toxicómano que parecen perdidos en un limbo sin principio ni fin.

En el libro de registro, en caligrafía cursiva de psicópata, aparecen garabateados los nombres de los  clientes de este hotel tan desolado como el edificio en el que vivía J.F Sebastian con sus pequeños replicantes.

Habitación 303. Donnie Smith, tres meses retrasado.Donnie es un perdedor nato. Acabó tirado en el suelo, con los dientes rotos tras recibir el impacto de un sapo en el rostro. Sí, habéis leído bien, una jodida lluvia de ranas lo sorprendió cuando intentaba colarse en el edificio donde trabajaba. Con una escalera de mano, pretendía acceder al edificio para saquear la caja fuerte de su patrón. Tras el robo frustrado, no pudo costear la ortodoncia que tanto añoraba y que a consecuencia del accidente, pasó a convertirse en cirugía maxilofacial, mucho más complicada y más cara. Un desastre. Tenía tanto amor que dar.

Habitación 202.Randy Robinson. Tras sufrir un infarto, el viejo luchador arruinado y más muerto que vivo, se dispone a dar una última noche llena de golpes y teatro. Ese corazón ya no puede soportar el peso de ese cuerpo viejo y hormonado al que apenas reconoce en el espejo  ¿Quién es ese tipo del póster del camerino, adónde se fue? Desapareció como los flashes de las cámaras de aquellas noches de los noventa. Un último salto, el puño al cielo, después el dolor y el silencio.

Habitación 101. Hank Chinaski. Lleva días sin salir del hediondo estercolero en que ha convertido esa estancia antaño cálida y acogedora donde antes que él, residía un hombre de corta estatura y gran corazón, demasiado grande para este mundo cruel y mezquino. Cuando la trapecista se lo rompió como si fuera un pedazo de barro mal cocido, no volvió a soñar con quimeras y dejó el circo. Vivió durante años en esa pequeña habitación con su eterna melancolía, hasta que un día muy temprano, salió del hotel con su pequeña maleta y sus andares de Charlot. Dicen por ahí que se fundió con el sol del amanecer, como en un cuadro impresionista.

El nuevo residente también se fundirá pronto con la tierra como siga por esa senda de autodestrucción. Como Ben Sanderson, pero en Detroit en vez de en Las Vegas. Si apuesta todo al rojo, lo más seguro es que, siendo el perdedor que es, saldrá negro.

El libro de registro tiene cientos de anotaciones. Una lista repleta de historias de fracasos y decepciones, de silencios y soledades. Un recordatorio de lo frágil que puede ser la voluntad humana.

Un nuevo nombre va tomando forma mientras la tinta impregna el papel amarillo. El recepcionista susurra el nombre mientras un pequeño hilo de baba le asoma por la comisura de los labios. Habitación 666, una habitación muy confortable.

El recién llegado y el botones, un tipo escuálido que parece estar a punto de romperse bajo el peso de un par de maletas andrajosas, avanzan por un pasillo de una pesadilla de Stephen King. La tarima cruje a su paso. De la habitación 665 sale una risa estridente. Ese es Arthur Fleck, informa el botones, un cómico que siempre anda por ahí vestido de payaso, seguro que le caerá bien señor Kovacs .






sábado, 26 de octubre de 2024

Dios Salvaje


De camino al trabajo, como todos los días veo los mismos rostros, los mismos bostezos y el mismo hastío. Mientras los ocupantes del vagón matan el tiempo revisando las mezquindades y banalidades  que ofrece internet, me regocijo al pensar que por la noche voy a asistir a un concierto de Nick Cave. Puede parecer absurdo sentirse así por algo tan trivial, a fin de cuentas solo es eso, un espectáculo como otros tantos.

El iconoclasta que hay en mí, siente recelo de los altares y sus imágenes, tanto como de la adoración hacia cualquier clase de mito, más aún cuando estos son de carne y hueso y por tanto con las mismas miserias y defectos que cualquier hijo de vecino. No obstante, en este caso debo reconocer que soy culpable de semejante delito, pues siento esa clase de veneración hacía este  chamán flaco lleno de cicatrices, cuya  música y mensaje son para mí una especie de sustento vital, algo que por descontado, está por encima de la simple admiración que el trabajo de esta clase de artistas suele provocar en quienes disfrutan de su arte, sea este del tipo que sea.

Volviendo al plano terrenal, son las cinco de la tarde, mientras los más devotos seguidores, los absolutamente incondicionales hacen cola para  conseguir los puestos que dan acceso al altar, el resto disfrutamos de los placeres del vulgo. Cerveza y torreznos.

¡Jugón, por fin llegó el día! Comenta, alzando la voz entre la cacofonía del atestado bar mi amigo C. Nótese que ha utilizado jugón, el célebre término acuñado en los noventa por Andrés Montes que la Real Academia de la Lengua no ha tenido a bien añadir al diccionario de nuestra versátil y  extensa lengua, como sí ha hecho con otros que, aún siendo anglicismos perversos o incultos, sí merecen su inclusión según el criterio de los académicos de la lengua. Cualquier día, incluirán en el diccionario el vocablo utilizado por los jóvenes actuales cada tres minutos.

¡Joder tron, que bien ver a Nick Cave! ¿Eh tron? Claro, tron.

Tras las cervezas de rigor, nos disponemos, ahora sí a entrar al recinto. Tras el tedio de la espera, llega el ansiado momento, todo está listo para que aparezcan en escena los músicos, el primero en hacerlo es Warren Ellis, esa especie de genio loco adorable, con su barba de asceta, seguido por el resto de los componentes de la banda que acompañan al chamán de la tribu, el último en salir a escena, donde esperan los fieles, como los asistentes a esas ceremonias religiosas - tan alegres y musicales - con coro góspel, donde la congregación entra en una especie de catarsis, alzando las manos al cielo y dando gracias al creador por todos sus dones, mientras el predicador, alzando la voz, lanza proclamas tan peregrinas como las de los telepredicadores de las cadenas de televisión locales, seguidas estas por un coro de voces que entre palmada y palmada dicen: Aleluya. 

Después del concierto - del que no voy a contar nada, para eso está la prensa y el resto de expertos en música, sea lo que sea eso, con la emoción a flor de piel - los asistentes, cincuentones la mayoría, aprovechamos para encontrarnos con amigos a los que echamos de menos porque solemos pasar demasiado tiempo trabajando y la pereza, el orgullo, o tal vez la costumbre, poco a poco nos va alejando.

Por mi parte, creo que aunque he captado el mensaje del Dios Salvaje del que habla Nick Cave, seguiré siendo igual de cretino y olvidaré pronto sus enseñanzas.

Fotografía. Mariela Rodríguez 



domingo, 20 de octubre de 2024

57 retratos.

Ayer murió el vampiro más viejo del mundo. No lo mató una estaca clavada en el corazón, tampoco lo hizo la luz del sol. Marlow se consumió lentamente, como los pétalos de las flores marchitas, pisoteadas por botas mugrientas repletas de estiércol y barro. Cuatrocientos sesenta años alimentándose de la sangre de poetas y filósofos, de escritores y científicos, terminaron en cuestión de días.
"La sangre de este siglo es tan pobre y está tan licuada como los cerebros a los que riega", solía decir . Ante este panorama, decidió no alimentarse más con tan mediocre sustento. 
El viejo escritor, que tanta fama otorgó con sus obras a tantos y tantos que de él se aprovecharon, se fue consumiendo lentamente, como las épocas por las que fue pasando como una brisa que apenas deja huella a su paso.
El resto, los que seguimos consumiendo la sangre decadente de esta época absurda y trivial, donde todo es impostado y artificial, nos vamos convirtiendo poco a poco en zombis babeantes de ojos hundidos, criaturas que no ven más allá de esas pequeñas ventanas por las que se asoman a un mundo falso y cruel.



 Basado en la película. "Solo los amantes sobreviven" Jim Jarmusch.

                                Algunos de los retratos en la pared de Solo los amantes sobreviven (Only Lovers Left Alive, 2013)

sábado, 5 de octubre de 2024

Don José

Como el alfarero de La Caverna, José Saramago daba forma a las palabras como si fueran barro, convirtiendo una masa densa y deforme en un prodigio de orden y sentido. Una cocción perfecta daba a sus creaciones, el brillo y la dureza justa para que no se agrietaran y soportaran el paso del tiempo como si estuvieran hechas de un material eterno.

Solo a alguien tan lúcido se le podía ocurrir que la ceguera, bien puede ser blanca en vez de negra. La oscuridad solo es la ausencia de luz debió pensar, por tanto, la ceguera puede ser provocada tanto por la ausencia total de luz como por lo contrario. Así era don José, alguien a quién le gustaban las paradojas y los sinsentidos. Un maestro con su propio evangelio, imposible de duplicar. Ojalá la muerte, de la que tanto escribió, no se lo hubiera llevado, pero, aunque durante algún tiempo, en el mundo de Saramago, su trabajo fuera intermitente, al final, la parca volvió a hacer lo que debía hacer y a él también se lo llevó, como a todos los demás, por mucho que nos duela. Algunas personas no deberían morir nunca, otras ni siquiera deberían nacer. De las primeras queda el recuerdo en los que compartieron su vida con ellos, para el resto, queda su legado. De las segundas no merece la pena acordarse. De don José nos quedan sus libros, repletos de reflexiones tan agudas como inagotables.





viernes, 20 de septiembre de 2024

Extracto de la novela "Don Nadie"

 

El primer asesinato. Marzo de 2004.

Os odio con cada átomo de mi ser. La frase, escrita en la frente del fiambre que enseña la lengua entre unos labios carnosos y amoratados parece una burla. Otra instantánea más para el álbum de crímenes que la policía no resolverá. El inspector Brenan se limpia las gafas con parsimonia mientras se queja del calor que hace. Este jodido calor no es normal, comenta uno de los técnicos mientras pasa una luz ultravioleta por la escena del crimen.

El inspector Brenan es un veterano, veinte años de servicio dan para mucho; para ser testigo de todo el catálogo de perversiones inventado por las mentes más retorcidas del jodido mundo, y para sentir un asco y un vacío insondable.

Parece evidente que el pobre diablo no se ha suicidado. Las notas de suicidio rara vez contienen tanto odio. Suelen ser tristes y llenas de reproches, propios o dirigidos al resto del mundo, según el nivel de narcisismo del propio suicida y en su tono suele haber resignación y culpabilidad por tomar tan drástica decisión. La mayoría solo son eso, una simple nota de despedida, sin culpas ni justificación. Esto que tengo ante mí, es otra cosa, otro crimen brutal perpetrado por un maníaco.

El flash de la cámara de Teddy me devuelve de nuevo a la realidad, a la escena del crimen y a ese hediondo apartamento. Abro la ventana cuyo marco está tan seco como el cadáver que tiene debajo; con guantes y con sumo cuidado, no soy un jodido novato, de hecho «soy el jodido» inspector al mando de esta investigación. Supongo que eso lo pienso para alimentar mi ego, últimamente lo tengo muy abandonado, como al resto de mi persona.

Subo la persiana para que entre algo de luz; está claro que la bombilla del techo no está bien, parpadea constantemente y no ilumina una mierda. El edificio de enfrente está a unos pocos metros. Con el ruido, un par de palomas se asustan y salen volando. La cornisa me recuerda a la misma de la que pendía Deckard, maltrecho y vencido ante su perseguidor, el replicante que lo observaba triunfal por un momento, antes de comprender al fin lo que tanto necesitaba saber.

«Duele vivir con miedo».

miércoles, 4 de septiembre de 2024

Oda a lo sencillo

 

En tan solo cien años todo se ha vuelto un galimatías sin sentido, como una especie de concurso pueril sin más propósito que entretener a un público infantil, la inmediatez de lo trivial y lo absurdo se cuela en nuestras vidas por recovecos cada vez más estrechos. De igual forma que los virus y los parásitos siempre encuentran un huésped, esta nueva enfermedad digital amenaza con adueñarse de nuestra voluntad.

Ahora que todo está al alcance de un «clic» mientras deslizamos la yema del dedo índice por la pantalla, sin prestar demasiada atención a lo que vemos, que no es más que una interminable sucesión de imágenes escogidas por un algoritmo, algo llama mi atención. Un grupo de atletas jóvenes corren por una playa de Escocia sin nada más que un corazón rebosante de energía. Se entrenan duro para asistir a los Juegos Olímpicos que se celebrarán ese año en París. Un siglo después, la historia se repite, aunque nada sea lo mismo y, me cueste mucho imaginar a un grupo de Runners con mallas chillonas corriendo descalzos por una playa atestada de turistas. En verdad, todo ha cambiado mucho.




viernes, 16 de agosto de 2024

Don Nadie

 

Soy la carcoma de los pilares de tu vetusta casa, soy esa araña repugnante que no te atreves a matar. El grito del moribundo, los disparos que te despiertan a las tres de la mañana. Soy la mosca que flota en tu sopa, la cucaracha que se esconde bajo tu nevera. Soy la herida infectada, el parásito estomacal, el salpullido y el herpes genital. Soy el escalón que te hace tropezar y la costilla rota que no te deja respirar. Soy la astilla que no se deja extraer, el tumor que no se puede operar. Soy el verdugo que te tapa los ojos, el violador que te echa el aliento en la cara y el tiro de gracia. Soy lo que no te deja dormir, soy la sombra con mil caras, soy la tiranía y la esclavitud, soy un puto hombre lobo sediento de sangre fresca. Soy todo eso y mucho más, pero en verdad solo soy una cosa, la maldad.


Extracto de la novela inédita "Don Nadie" 




sábado, 29 de junio de 2024

Otro café, por favor

De todas las obras de arte que había en ese espacio, ella era la más bella y la que recibía los mejores elogios. Tras un mostrador de mármol pulido y reluciente, aguardaba siempre sonriente la llegada de los clientes Sofie, la bella y etérea Sofie, el sueño de André, el poeta que escribe sonetos en servilletas de papel y bebe café con un chorrito de coñac. La ama con devoción y en silencio, como se adora a un ser que no pertenece a este insignificante mundo lleno de fracasos y penurias, un mundo triste y sin sentido donde se reúnen los perdedores y los desahuciados. El mismo lugar donde  antaño; en tiempos mejores se citaban intelectuales cuyos rostros y pensamientos decoran ahora las paredes de tan histórico lugar.

Suele llegar André cuando los últimos  rayos de sol se filtran por el magnífico escaparate, iluminando a Sofie como a una figura de mármol esculpida por Miguel Ángel, eterna y perfecta.

No necesita más, se conforma con adorarla en silencio y a distancia. Un ser mezquino como él no puede aspirar a nada más que a eso.

Un día que se sentía muy fatigado, cuando se apeó del tranvía sintió un mareo horrible que lo dejó todo a oscuras por un instante. Cuando recuperó el conocimiento y pudo llegar hasta la cafetería, tardó unos segundos en procesar lo que estaba viendo. 

Debía haberse desorientado y había  entrado en otro local, en otra calle. El lugar era horrible, oscuro y deprimente. El interior parecía un mesón portuario del que salía un olor a  pescado pasado y a serrín rancio.

Tras salir de allí despavorido, caminó dando vueltas por todo el distrito preguntando a los vecinos por el café de su amada Sofie. Ante las negativas y encogimientos de hombros, volvió a ese tugurio lamentable con el corazón en un puño ¿Qué le estaba pasando, cómo podía perderse en un barrio que conocía como la palma de su mano? Estaba empezando a sentir náuseas y escalofríos.

De vuelta a ese antro la cosa empeoró aún más. La camarera, una mujer fea y ordinaria como jamás había visto, con un cuerpo deforme y de andar patizambo, le explicó con una voz que parecía salida de una criatura cavernosa, que allí no había ninguna camarera con ese nombre. No sabía qué decir, debía estar soñando; una maldita pesadilla de la que no podía despertar. 

Cuando llegó a casa y descolgó el teléfono lo comprendió todo. El mensaje de su psiquiatra era muy claro: le recordaba que debía continuar - sin interrupciones - con el tratamiento, pues de lo contrario, era muy probable que volviera a confundir la realidad con las ensoñaciones.

Sobra decir que decidió volver a su amada cafetería.




martes, 11 de junio de 2024

Entre tú y yo

 

El anciano se apoya en el mostrador con la bayeta sobre su hombro derecho, gesto serio de vigilante que solo deja entrar en sus dominios a quien transmite confianza.

«Aquí mando yo, mi bar, mis reglas» El polvo en las botas y las pintas de vagabundo no le hacen ni pizca de gracia, tampoco los tatuajes. Es uno de esos tipos chapados a la antigua, curtido en mil batallas y de vuelta de todo.

El individuo que permanece parado en la puerta, tapando la luz del atardecer, como un perro apaleado, parece joven, musculoso y muy seguro de sí mismo, no obstante, es evidente que no está pasando por su mejor momento ¿Debería dejarlo pasar? Esos tipos engreídos, que se creen que lo saben todo y en verdad aún no saben una mierda de nada, solo traen problemas.

Por unos segundos, la imagen queda congelada, como un fotograma de una de Peckinpah. Una mosca gorda como un abejorro se golpea con tozudez contra la ventana, es persistente, como la estupidez humana; no debería querer salir, fuera solo hay desierto y lagartos esperando.

La cafetera descascarillada silva como un tren antes de partir, su interior hierve anunciando una tregua. El viejo tiene la impresión de que el joven forastero solo busca un lugar donde descansar, donde no se hagan preguntas incomodas. El anciano propietario no suele hacerlas, de esas ni de las otras, su política es vive y deja vivir. Así pues, ambos comparten ese momento  - y muchos más que están por venir -  sin apenas hablar, basta con un «hola» y un «adiós». Basta mirar al anciano a esos ojos azules para ver en ellos todo lo bueno que todavía hay en el mundo. Por su parte, el vetusto sabio, intuye cuales son las andanzas del joven y recuerda con nostalgia que cuando tenía la edad de su visitante, también solía tener las botas llenas de polvo.




martes, 21 de mayo de 2024

El último trago.

 

La última copa esperaba antes de la soga. La única misericordia permitida con los condenados antes de pasar por el patíbulo, donde aguardaba la soga grasienta. Bajaron del carromato a Maggie dos tipos fornidos que la condujeron hasta la taberna donde rechazó con un gesto esa deferencia para con los que debían ser ajusticiados. La multitud aguardaba silencio, una masa deforme, expectante. Ya no llovía, pero podía hacerlo de nuevo en cualquier momento pues así lo anunciaba el vientre de la nube que cubría la ciudad. El mugriento verdugo y el escuálido alguacil aguardaban en el cadalso.

¿Unas últimas palabras? ¿Qué podía decir?, ¿debía arrepentirse de algo?, de ser prácticamente abandonada y vendida por su padre; de no amar a un hombre que siempre la trató como si fuera una inútil, una pertenencia; de amar en secreto  a un joven y fornicar con él; de ocultar el fruto de su pecaminosa relación ¿Qué debía gritar?, ¿qué no quería morir, qué no merecía morir; acaso cambiaría con ello su destino? ¿Les daría esa satisfacción a los que allí se reunían para verla convertida en un guiñapo? Negó de nuevo con la cabeza y cerró los ojos mientras le ponían la capucha.

No hubo un túnel con una luz al final, nadie esperando, en realidad no hubo nada, solo la oscuridad total y una gran presión alrededor del cuello. El cuerpo quedó balanceándose como un pequeño péndulo. Fin de la historia, mañana habría otra ejecución, con suerte incluso dos. El espectáculo había terminado. Cuando la plaza quedó vacía, los ayudantes del verdugo descolgaron el cadáver y lo metieron en una sala donde un médico, que parecía no haber pasado una buena noche, o más bien todo lo contrario, a tenor del olor a alcohol que desprendía, observó las pupilas de la mujer ajusticiada y le tomó el pulso brevemente en la muñeca. Con un gesto afirmativo confirmó que efectivamente, esa mujer estaba muerta, firmando a continuación el acta de defunción con desgana. Qué lástima, qué desperdicio, una chica tan joven, tan voluptuosa. En fin, ya pueden llevársela.

Cuando uno de los sepultureros se disponía a sellar el ataúd armado con un martillo y unos clavos, de pronto, comprobó con estupor que el cuerpo se movía. No podía ser cierto, su embotado cerebro sin duda le engañaba. Se quedó petrificado, sujetando el martillo sin saber qué hacer, ¿sería su imaginación o realmente se había movido? ¿Qué pasa? Preguntó el que parecía el jefe de la cuadrilla; vamos, tapa ese ataúd de una maldita vez, que hay que subirlo a la carreta y llevarlo al cementerio. Jefe, no va a creerme, pero juraría, por el eterno reposo de todos mis antepasados, que se ha movido. Qué estupideces dices, ¿ya has estado empinando el codo otra vez, qué habíamos hablado de eso Malcolm, no te da vergüenza? Que no patrón, que no he probado ni un trago, se lo juro. El incrédulo patrón se acercó al dubitativo viejo y, cuando se disponía a pedirle que le echara el aliento, los ojos de éste parecieron salirse de sus arrugadas cuencas, el rostro se contrajo en una mueca de horror mientras que soltando el martillo y los clavos se quedó pegado a la pared, santiguándose repetidas veces. ¡Otra vez, otra vez! Mire patrón lo ha vuelto a hacer. ¿Qué coño estás...el patrón no terminó la frase, el grito que salió de la boca de la difunta dejó a los dos hombres helados. Los ojos de la mujer, completamente abiertos observaban el techo mientras su pecho se movía respirando con dificultad.

Mucho se habló y se especuló sobre el asunto de Maggie Dickson. Lo que ocurrió tras su resurrección fue motivo de toda clase de teorías, pero lo único cierto es que su caso sentó un precedente. Desde ese día, a los condenados a la pena capital, se los condenaba «a morir» en la horca. Como Maggie fue sentenciada a ser «ahorcada» y es obvio que la sentencia fue cumplida, la mujer quedó libre, pues no se podía repetir el ahorcamiento, aunque así lo pidieron a gritos muchos de los que se daban cita en Grassmarket.

Cuentan que en los días de ejecución, Maggie se asomaba al balcón de la taberna donde se bebía el último trago y les gritaba a los reos: tranquilos que no es para tanto.





jueves, 9 de mayo de 2024

Un día perfecto

 

Amaneció bajo un cielo mortecino. Los meteoritos seguían cayendo en una lluvia incesante de partículas que se desintegraban como los fuegos artificiales en las fiestas de verano. De vez en cuando, un relámpago cruzaba el horizonte con un destello cegador. Aquel lugar era pura electricidad. Desde donde el robot explorador esperaba una respuesta, podía divisarse todo el valle en su plenitud. El aterrizaje había sido un éxito, el pequeño artefacto desplegó su antena al poco de posar sus ruedas en el suelo.

Observó lo que tenía debajo, una superficie pegajosa y translúcida a través de la que se podían ver unas luces de un azul tan intenso como las Pléyades.

Según los datos de su memoria, el lugar de aterrizaje tendría que estar mucho más cerca del objetivo. Calculó la distancia que le separaba de su destino y comprobó que tenía la energía justa para llegar. Sin más demora se puso en marcha.

Llegó a su destino con la última fuente de energía casi agotada. Intentó conectar con el centro de control de la misión. No obtuvo respuesta, probó todos los canales disponibles y lo único que pudo escuchar fue una especie de murmullo lejano. Esperó pacientemente las instrucciones desde el control de la misión. Nada, únicamente silencio. Avanzó un poco más, hasta el borde mismo del acantilado y contempló el paisaje; a lo lejos, miles de robots mensajeros como él, yacían en el fondo de aquel profundo cañón, inertes. De haber tenido sangre, se le habría helado ante semejante desolación; gracias a su falta de sentimientos, no dudó ni por una fracción de segundo, y antes de agotar su energía entregó el mensaje.

La música se fue apagando lentamente, como cuando un dispositivo electrónico se queda sin pilas y la voz del cantante se extingue despacio, mientras los acordes se estiran penosamente. La  voz sonaba débil, perdida en una lenta agonía… Oh, it's such a perfect day I'm glad I spend it with you Oh, such a perfect day ,You just keep me hanging on You just keep me hanging on…

 

Cuando el doctor conectó el escáner a la cabeza del anciano no hubo ninguna respuesta de las nanomáquinas inyectadas en su cerebro. Nuevo fracaso del experimento, por alguna razón que no comprendía, los nanorrobots no respondían a los ultrasonidos y allí se quedaban quietos, sin reaccionar, desparramados por las neuronas de aquel pobre anciano que ya no sabía quien era ni quien había sido.

Salió de la habitación con gesto serio, muy contrariado, a consultar unos datos al ordenador justo cuando el anciano tumbado en la camilla dejaba escapar una lágrima.


 


jueves, 4 de abril de 2024

A salvo.



Un pez muerto flota en el agua revuelta. Con las tripas fuera; un globo plateado bajo el sol. Silencio, ya no se oyen explosiones, solo sollozos y lamentos. Las dunas se llenan de pequeños remolinos que arrastran a su paso arena y gritos de dolor. Arena blanca regada con la sangre de cuerpos mutilados.
En la orilla las olas juegan con los cadáveres. No son crueles, solo empujan hasta la orilla a esos pobres guiñapos que terminan tendidos sobre un reguero de espuma carmesí.
Silencio, ya no hay gritos ni lamentos y las explosiones han cesado por fin. Todo está en calma y estoy a salvo por ahora. Solo es cuestión de tiempo y estaré también tendido en el suelo agonizando, esperando a la muerte, pero ahora contemplo las nubes y el cielo sobre mí. Respiro profundamente y ya no tengo miedo.
Ojalá pudiera guardar este momento para siempre, permanecer aquí en esta quietud. Hay tanta belleza en el mundo.

Inspirado en la imagen final de una película...




lunes, 4 de marzo de 2024

El extraño regreso.

 

Tres monedas de cobre en el interior de una caja de cartón sucia y arrugada. Hoy no ha sido un buen día ¿Cuándo dejaron de serlo? Tan exigua cantidad no da ni para un café. La caja está cansada de tantas penurias. Otra víctima más de la sociedad de consumo. Apenas recuerda su anterior vida.

Dónde quedaron esos días en los que vivía plácidamente en un hogar donde siempre estaba llena de galletas, descansando plácidamente en la segunda balda de la estantería, junto al bote de Cola-Cao y al tarro de Nescafé.

Como echaba de menos aquella vida. El silencio de aquella cocina, donde se amontonaban los platos sin fregar bajo el goteo interminable de un grifo mal cerrado, el olor a comida en ebullición que se escapaba de la casa, inundando la escalera por la que subía despacio y resoplando Miguel; transportando la barra de pan recién hecho que nunca llegaba entera a casa, porque su nieto Andrés se la quitaba de camino a casa.

No hay mayor verdad que esta: la felicidad es efímera, pues tarde o temprano ocurre alguna desgracia. Un día muy temprano, cuando todavía no había amanecido y las calles mojadas olían a césped recién cortado, la última galleta - sacada de su refugio de cartón - fue arrojada a un pozo de café hirviendo donde lentamente se transformó en una especie de papilla deforme que al instante fue devorada, pues ese era su destino.

No hubo piedad para la caja de cartón que para nada servía ya, por lo que fue arrojada a un contenedor repleto de inmundicia putrefacta. La pobre caja no podía imaginar una crueldad peor que esa.

Todo estaba perdido, acabaría sus días pudriéndose al sol en un inmenso vertedero lleno de trastos viejos y oxidados. Uno de esos cementerios de chatarra donde moran, además de pequeñas alimañas a la caza de alimento, niños de piel oscura en busca de los despojos de su infancia robada.

¿Y si me llevan a un planta incineradora? Me convertiré en un puñado de cenizas esparcidas por el viento contaminado de la gran ciudad, nada más. El pánico se apoderó de cada uno de sus átomos.

Entonces sucedió algo totalmente inesperado. De pronto el contenedor se abrió dejando entrar, por un breve y maravilloso momento, un soplo de aire limpio y fresco que expulsó durante unos segundos al fétido hedor que desprendían los desperdicios que allí lentamente morían. Unas manos mugrientas se zambulleron sin miedo ni escrúpulos entre la basura y de entre toda aquella porquería removida, sacó de aquella horrible prisión a la pequeña caja de cartón.

De esta forma, pasó a formar parte del pintoresco montón de pertenencias que su ángel liberador poseía: un perro tuerto y pulgoso, además de famélico y gruñón - de nombre Tumbado pues según su dueño era lo único que hacía todo el día - un par de mantas roñosas que desprendían un terrible olor, una gabardina de irreconocible color y un Pinocho al que no le quedaba ni una pizca de barniz.

Todas estas pertenencias eran transportadas en un carrito de la compra que, con malas artes había sido sustraído de un magnífico y luminoso centro comercial, sin que nadie le preguntara si deseaba partir en tan sucia compañía, de ahí que rodara siempre a desgana, obligado a moverse a empujones por un secuestrador por el que no sentía ninguna simpatía.

De esta forma, la caja de cartón pasó de su estancia cómoda y tranquila en una cocina pequeña y acogedora, a vivir en la indigencia. Ahora pasaba las horas empapada en alcohol, de iglesia en iglesia, blasfemando y escupiendo a las viejas beatas, «malditas tacañas que no echaban ni una mísera moneda».

El frío era duro, pero era peor la lluvia, todo el mundo sabe como se queda el cartón cuando se seca después de haber estado empapado.

Poco a poco, esa vida errante que al principio le parecía tan triste y miserable fue haciéndose más soportable y, aunque resulte difícil de creer, llegó incluso a disfrutar de algunos momentos de felicidad entre aquellos mendigos que peleaban - incluso con uñas y dientes si llegaba el caso - por la posesión de un banco del parque donde dormir en las noches de verano.

Pasaron los años y con ellos se fue Samuel al que la pequeña caja de galletas llegó a querer como a un padre. Expiró mientras su perro lamía esa mano - ahora dura y fría - que tantas veces lo había acariciado.

No hubo coronas de flores en el funeral, tampoco una larga comitiva de coches en lenta procesión. Tan sólo un par de amigos del difunto acudieron a su despedida de este mundo que tan mal lo trató. Un hombre que tenía frases para todo, no pudo tener una para su sepultura.

Tumbado permaneció varios días deambulando por el cementerio hasta que una mañana lluviosa, huyendo de los enterradores, cruzó la calle en mal momento. Su cuerpo quebrado, quedó como a él le gustaba estar, tumbado sobre el asfalto, la muerte suele tener esa clase de ironías.

Tras la muerte de Samuel, la caja de cartón pasó a formar parte de las pertenencias de Julián, el inseparable amigo de calamidades del difunto, pero este se desprendió de ella vendiéndosela por una miseria a un tipo bizco que conducía un camión repleto de cartón.

Mucho tiempo pasó la huérfana caja en la sombra del olvido, en un oscuro almacén donde se amontonaban toneladas de papel amarillo. El polvo fue lentamente cubriendo su superficie vieja y arrugada. Pasaron los días, pasaron los meses, en silencio, en soledad.


Cuando Andrés cerró la puerta, abrió con gran expectación el paquete que el cartero acababa de entregarle. Pasó las yemas de los dedos sobre la portada del libro mientras contenía el aliento, lo abrió por una página cualquiera y comenzó a leer:

Salió de allí como el vapor que se cuela por las rendijas y las pequeñas grietas que encuentra. Lejos de tanta ruina y desolación. Volando como un insecto hacia la luz en una noche calurosa, llena de calles vacías y farolas que ocultan las estrellas a los que hablan susurrando bajo su luz. Entró en las casas cuyas ventanas abiertas dejaban escapar los sonidos de la televisión, ondas caprichosas que se colaban por los patios y rebotaban en los edificios formando el sonido del verano...

Cerró el libro y lo depositó sobre la estantería. La casa había cambiado un poco, había cuadros nuevos y los muebles estaban en distinta posición. Ya no vivía allí el anciano Miguel y el nieto ya no era un muchacho flacucho que devoraba barras de pan y soñaba con ser escritor. La caja estaba de nuevo en casa, en una estantería llena de libros y en la cocina olía de nuevo a café.


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No tiene buena pinta este tipo ¿Qué hacemos con él? Dejadle que siga escribiendo...

¡Yo os maldigo por salir de la caverna!

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Primera ley de la Filosofía: Por cada Filósofo, existe otro filósofo igual y opuesto. Segunda ley de la Filosofía: Ambos filósofos están equivocados. Corolario: Una gran verdad es una verdad cuyo opuesto es también una gran verdad.

¡Escuchad al profe, zoquetes!

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