Sin un techo, sin un lugar donde caerse muerto, sin nada que echarse a la boca. Sucio como un siervo de la gleba, apestando al alcohol barato de esa botella que se esconde tras una bolsa de papel como si fuera consciente de ser la ruina de tantas y tantas personas. El vagabundo observa la botella medio vacía, como si fuera el Santo Grial.
No es mi culpa, tú eres el responsable de tu ruina. Mira en lo que te has convertido. La botella tiene su orgullo, no consiente que la difamen.
Qué sabrás tú lo que es el sufrimiento humano. Solo eres un falso profeta, un catalizador de fantasías, responde el hombre a la botella, como si esta entendiera sus reproches.
“No es culpa mía"
Cuantas veces habremos oído eso, cuántas lo habremos dicho nosotros mismos. El que esté libre de pecado…
Dicen que la felicidad es eso que disfrutan los que menos la merecen. No es lo mismo conocer el camino que recorrerlo. No, no es lo mismo.
Sea como sea, los que han tocado fondo, saben que desde ese punto todo es más sencillo. Estrellar la botella contra el asfalto solo es un gesto, un primer paso. Como alzar un puño desafiando aquello que tenemos encima, aunque sepamos que de ahí no vamos a pasar.
El sin techo me dijo algo que no olvidaré nunca.
Ahora tengo una casa, comida caliente todos los días y toda clase de lujos. Antes no tenía nada, pero al menos era el dueño de mi miseria.
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