Una vez más, los miembros de un tribunal me tomaron por un lunático. En este caso no se juzgaba una creación literaria, una fotografía o un invento. Lo que se premiaba en esta ocasión - con un viaje fantástico a Tomorrowworld, con visita incluida a los museos de la Divina Creación, la Gran Verdad, y el de ciencia Terraplanista - era la colección de objetos más original de cuantas se presentaran a esta primera edición del concurso “Coleccionista del año” patrocinada por Ediciones Perogrullo.
La colección de retretes en miniatura, del concursante lituano tenía muchas posibilidades, esas pequeñas joyas de la orfebrería con sus usuarios pintados a mano, eran una magnífica muestra del avance de la humanidad, claramente diferenciada de las demás bestias que Dios creó en tan solo siete días y que iban defecando por ahí de cualquier manera.
Los pequeños sanitarios y sus simpáticos propietarios, competían por el premio con los miles de crucifijos de la señora O’Donnell. Una extraordinaria colección de cristos agonizantes; miles de cruces con diversos tamaños y materiales, todas con ese pobre mártir sangrante abandonado por su padre.
Otros candidatos que tenían opciones eran el señor Finley y su colección de pelusas de ombligo, certificadas por un notario todas y cada una de ellas, la colección de muñecas Barbies y sus complementos que tan felices hicieron a varias generaciones de mujeres virtuosas, presentada por una ciudadana australiana que era la viva imagen de sus juguetes de plástico, y qué decir de la colección de calaveras del enterrador de Tijuana, grandes y pequeñas, de marfil, madera y barro, algunas con un asombroso parecido con las de verdad.
Esas eran las favoritas de esta primera edición, sin restar mérito a otras tan insólitas como los penes de mamíferos disecados por un veterinario de Wisconsin, las cajetillas de tabaco con las fotografías de sus víctimas enrolladas como cigarrillos en su interior, presentadas por un médico búlgaro, y así, hasta completar un largo etc. Objetos cotidianos en manos de personas aparentemente normales.
Cuando llegó mi turno, sin nada que presentar como muestra, el tipo que me observaba tras unas gafas de culo de botella, preguntó de nuevo con esa voz que me sonaba como el chillido de una rata de alcantarilla: ¿Se trata de alguna clase de broma, señor de Arriba? Sepa usted que lo que aquí se está decidiendo es algo muy serio.
En absoluto, respondí ofendido. Hablo completamente en serio cuando les digo que lo que yo colecciono no se puede guardar ni almacenar. Si quieren ver una muestra, solo tienen que esperar una hora y salir a la azotea de este vetusto edificio y mirar al oeste.
No hubo nada que hacer, ese tipo, y los que estaban a su espalda, eran tan obtusos que no comprendieron nada.
No necesito coleccionar fotografías de algo que sucede cada día. Esos cretinos no podían entender lo importante que es tener memoria y saber disfrutar de la belleza de lo efímero.
Bravooooooo me encantó, no esperaba menos!!!
ResponderEliminarGracias.
EliminarSi es que ahora, más que nunca, se mira sin ver y lo único que cuenta es la imagen que sea colgada en las redes para el like.
ResponderEliminarCierto, esa es la sociedad en la que vivimos, repleta de imágenes y contenidos a los que la gente no suele prestar atención más de unos pocos segundos, antes de pasar a la siguiente, eso si consigues llamar su atención. Es casi un milagro que alguien se moleste en leer un blog como este, por citar un ejemplo. Gracias por ser uno de esos pequeños milagros.
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