Gregorio Ramírez era un
zoquete y un inútil total. «No
sabes hacer ni la o con un canuto» Gregorio tuvo que oír,
en boca de su padre esa frase lapidaria tantas y tantas veces que acabó por decir
que debería ser su epitafio. «Aquí
yace Gregorio Ramírez, un pobre desgraciado que no servía para nada, alguien tan
torpe que no sabía ni hacer la o con un canuto».
Cabe suponer que una persona tan poco avispada; un tuercebotas como él - según su
profesor de matemáticas de la escuela primaria - sería un pobre diablo toda su
vida, alguien que, por descontado, nada tendría que aportar a la sociedad. Otro
fracasado más sin oficio ni beneficio. Nada más alejado de la realidad.
¿Qué clase de milagro tuvo que suceder para que un cretino como
Gregorio alcanzara eso que llamamos éxito? Que no es otra cosa que tener fama o
dinero, o ambas cosas. Ninguno, los milagros no existen; existe la voluntad, el
trabajo, la constancia y todas esas chorradas sobre que se pueden alcanzar todos
tus sueños tan solo con proponértelo. Un sutil engaño para que los esclavos besen
las manos que les han puesto los grilletes. Endogamia, suerte, padrinos, contactos y el statu quo que nunca cambia, esas son las verdaderas claves del éxito.
Tras finalizar sus estudios primarios, con más pena que gloria, Gregorio trabajó como mascota de un equipo de fútbol, portero de discoteca, cobrador
del frac y mamporrero. Oficios que en su ascenso hasta la alcaldía de su ciudad poco aportaban, todo sea dicho. Tras mucho trepar y muchas horas de hastío en el
instituto, logró el título de bachiller y un puesto de concejal de urbanismo. Cría
fama y échate a dormir. En diez años, Don Gregorio Ramírez pasó de concejal a
alcalde y de ahí a ministro. Si eso no es tener éxito, que venga Dios y lo
vea.
El mismo día y a la misma
hora que nació el señor ministro, en las antípodas nacía Neil McGregor, un niño
con una prodigiosa inteligencia que solo le trajo problemas. La educación caduca
y repetitiva, creada para adoctrinar y amansar a los alumnos, nada podía ofrecer a una
mente tan perspicaz y crítica como la del joven Neil McGregor. Sus padres, unos
granjeros ultracatólicos, ni quisieron, ni pudieron ayudar a su atormentado
hijo. El indomable muchacho terminó en un reformatorio por cometer un delito
absurdo con el único propósito de ser aceptado por una pandilla de maleantes.
Tras pasar por una
institución que era una trituradora de adolescentes, pues nada tenía que ver
con la educación y la reinserción, más bien todo lo contrario, el joven Neil,
convertido en un adicto autodestructivo, malvivió en un mugriento apartamento
durante cinco años, en los que dejó para la humanidad tres novelas prodigiosas
que tuvieron cierto reconocimiento en su país tras el suicidio de su autor.
Si algún turista australiano
hubiera llevado uno de esos libros de vacaciones a Marbella, y se hubiera
encontrado por casualidad con el alcalde de la ciudad, se habría quedado atónito
al ver que el alcalde de esa peculiar ciudad española era idéntico al escritor del libro
que estaba leyendo.
© Javier de Arriba
Basado en la novela “El
hombre duplicado” del genial y añorado José Saramago.
Con cariño para mi amigo
Goyo, que es un gran lector.
A veces, el mensaje de los genios no llega allí donde debe.
ResponderEliminarCuantos de ellos, y sobre todo de ellas se habrán perdido por no darles una oportunidad, por su género , condición o simplemente por nacer en un mal sitio y en una mala época. Gracias por el comentario.
EliminarTalento y tesón son las claves del éxito, me solía decir tía Rita agarrándose las tetas, esta es Talento y esta Tesón. Luego soltaba una risotada y me daba la merienda.
ResponderEliminar👏👏👏👏👏
ResponderEliminarDos poderosas razones, difíciles de olvidar, como la merienda en forma de bocata de chorizo o algo parecido. Gracias por no perder el sentido del humor, a veces es lo único que nos queda
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