Ya no quedan descampados repletos
de condones cuarteados por el sol y el viento, rodeados de pequeños fragmentos
de vidrio marrón y latas abandonadas por algún inconsciente, tan cretino como
el incauto que se infectará de tétanos al usarlas como diana. Ya no hay muros
de hormigón abandonados a su suerte, últimos restos de fábricas obsoletas y
comercios que tuvieron que echar el cierre ante lo inevitable; vidrieras
apedreadas sin motivo y tabiques erosionados por cientos de micciones nocturnas.
Refugio de vagabundos y toxicómanos que se apoyan en sus paredes para
inyectarse esa sustancia ponzoñosa que los eleva a los cielos por momentos y
los arrastra al infierno de por vida.
Eso ya pertenece al pasado, como
tantas cosas que es mejor que permanezcan ahí, otras, por el contrario deberían
ser rescatadas del olvido.
Las ciudades cambian mientras los
que las habitan envejecen y mueren. Las mismas casas, distintos retratos y
distintos muebles. Nuevos negocios reemplazan a los que apenas pueden subsistir
con los pocos clientes que permanecen fieles. Neones mustios que apenas llaman
la atención de los transeúntes, son el último reclamo que lucha en vano contra
los centros comerciales y las compras en red. El quiosco de prensa cerró el mes
pasado. En su lugar, se ha instalado un puesto que vende sueños en forma de
lotería; la fantasía de la compra de un chalet en la zona residencial impresa en
un boleto de un euro. Lo compran los que han visto a sus hijos partir a otras
zonas o al extranjero y los que acaban de llegar con lo puesto, huyendo de
lugares tan miserables como lejanos.
El barrio dejó atrás su agitada adolescencia. Alimentado por planes urbanísticos saturados de grandilocuencia creció sin control, como esas urbes decadentes y sucias de las películas de
ciencia ficción.
Cuando la nostalgia se pasa por su
antiguo barrio, siempre se encuentra con algún amigo de la infancia al que la
vida ha tratado muy mal que le dice: ¿te acuerdas de cuando esto era todo campo?
Las ciudades evolucionan, a veces para bien, otras pierden su esencia. A mí me encanta ver fotografías antiguas de lugares que conozco.
ResponderEliminarSAludos.
Es obvio, a mí me encanta pasear por las ciudades y ver su arquitectura. Gracias por el comentario. Espero te haya resultado interesante su lectura.
ResponderEliminar¿Qué dirán del lugar donde vivieron los bebés de ahora cuando lleguen a viejos, si es que llegan? Ni siquiera ahora contemplan los árboles como los contemplaba yo a su edad.
ResponderEliminar¿Lo verán con gafas de realidad virtual?
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