Mediocres del mundo ¡Me río en vuestra cara!

jueves, 21 de septiembre de 2023

Recordar

 

Recordar.


De camino al patíbulo recordó por un instante el olor de su pelo, el dulce sabor de sus labios. Aspiró profundamente el aire llenando sus pulmones, sintiendo la vida latir en su interior, esa misma que pronto le iban a arrebatar. El sudor le pegaba la camisa harapienta a la piel a pesar del frío de la mañana. La sangre espesa abultaba unas venas que parecían querer salirse del cuerpo, ese mismo que estaba muy cerca de recorrer su último paseo.

El mundo no se para por ti ni por mí, no lo hace por nada ni nadie, fue lo último que le dijo. Sin lágrimas, sin lamentos. Las despedidas siempre dejan un vacío extraño, como un tren sin pasajeros, como una luz en mitad de la nada.

Las piernas dejaron de sostenerle, no querían recorrer ese camino lleno de odio y dolor. Mientras se arrastraba por el suelo, recordó por un momento como le gustaba correr descalzo por la playa, tan veloz como el viento, sin cansancio ni dolor, sin pena ni desaliento, solo él, su juventud y el eterno sonido del mar. Si corría siempre así, la maldad y la tiranía nunca le darían alcance.

Lo subieron al cadalso. El verdugo no llevaba tapada la cara, por lo visto, no sentía ninguna vergüenza por realizar tan siniestro cometido, en su rostro no había odio, tampoco piedad, solo una bobalicona indiferencia.

Todo estaba perfectamente calculado, cada gesto, cada movimiento, como una sinfonía ejecutada cientos de veces, una obra tan repetida que los componentes del grupo ya no necesitaban partitura. Con destreza y profesionalidad ejecutaban su número sin importar quién fuera el ajusticiado, otro más, uno de tantos.

Sin sufrimiento, así debía ser. Por muy merecido que fuera el castigo, el Estado debía ser a la vez que implacable, magnánimo con los traidores, proporcionando a los enemigos de la democracia una muerte rápida y exenta de dolor, fueran cuales fueran sus crímenes.

Su cuerpo no sería descuartizado como era tradición con los conspiradores antaño, en tiempos todavía más oscuros y bárbaros. Sería enterrado en una fosa sin identificación, donde nadie podría depositar flores en su aniversario.

Sintió el abrazo de la muerte, cerró los ojos y recordó. Recordó olores, escuchó música una vez más, una última vez, acordes, voces, el otoño, el frío en las manos y el calor en la nuca, los sonidos del bosque, la lluvia, el sabor del café, el pan recién hecho. Recordó quién era y quién había sido.



Javier de Arriba.



2 comentarios:

  1. Precioso texto una vez más

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  2. Genial y real la denuncia a la pena máxima sin importar la causa; como la vida misma, lo bueno si breve…

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"Once del once"

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Tú, director de prestigio, sí, tú, esta es tu película ¿Te atreves?

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