W.T.F.K
Marzo
de 2450.
Kenneth
Burrows estaba sentado en su sillón presidencial, con los pies
apoyados en la mesa mientras disfrutaba de un coñac muy antiguo, de
finales del siglo XXI, su aroma y su sabor añejo le recordaron que
debía encontrar la forma de hacer que ese maldito convicto
desaparecido volviera al presente. Si no conseguía encontrar a esa
escoria, las alimañas del consejo de fusión atómica se le echarían
encima como una jauría sedienta de carroña. No podía enviar a
nadie más a través del portal, el gasto era descomunal y los
burócratas de las corporaciones no soltarían ni un maldito Metacoin
más hasta que no tuvieran la certeza de que el maldito invento
funcionaba.
Las
primeras pruebas con animales habían sido muy decepcionantes. Con
humanos fue mejorando hasta que por fin se consiguió completar la
secuencia sin que el sujeto sufriera daños, hasta llegar a ese
momento, se necesitó de un considerable número de reclusos
“voluntarios”.
Mientras
reflexionaba sobre el problema entró una holo-llamada por la línea
reservada para asuntos de seguridad de nivel superior ¿quién sería?
La
imagen tridimensional desapareció, dejando por un instante un
pequeño punto azul que desapareció con un leve fulgor. En la mente
del presidente sólo había ahora una palabra, hemos encontrado a ese
idiota.
Octubre
de 1986.
En
el restaurante, Dan Rather apenas probó el postre, tenía la mente
ocupada con los preparativos del viaje a Islandia, en cuatro días
cogería un avión rumbo a Reikiavik para informar sobre el
desarrollo de la cumbre Soviético-Americana donde se reunirían
Ronald Reagan y Mijaíl Gorvachov.
Cuando
terminó la cena, se despidió de sus acompañantes y como su
domicilio no quedaba lejos, decidió ir caminando. Era octubre y hacía
buena temperatura a esa hora de la noche. Park Avenue estaba
tranquila tras el trasiego del día.
Dan
iba tan distraído con sus pensamientos que cuando de pronto le
asaltaron dos desconocidos, lo primero que supuso era que le habían
reconocido y simplemente querrían estrecharle la mano o pedirle un
autógrafo, algo habitual dada su popularidad, pero para su sorpresa,
uno de ellos lo agarró del pecho y le espetó a la cara ¿Kenneth,
cuál es la frecuencia?, dímelo ¿Cuál es la jodida frecuencia?
Aquello no tenía sentido, ese tipo sin duda le confundía con otra
persona y, aunque Dan le dijo que se equivocaba de persona, esto en
vez de calmarlo, le violentó aún más, de modo que le propinó al atónito Dan un
puñetazo en plena mandíbula. El golpe le hizo retroceder, hasta que
tambaleándose se tropezó con el bordillo de la acera y cayó al
suelo, momento que el atacante aprovechó para volver a golpearlo
mientras gritaba fuera de sí, Kenneth, ¿cuál es la frecuencia? El
otro tipo no hacía nada, tan solo observar la escena a un par de
metros de distancia, hasta que el ruido alarmó al portero del
edificio de enfrente que salió a ver que estaba sucediendo, lo que
hizo que los dos individuos huyeran dejando al pobre Dan tumbado en
el suelo ¡William vámonos, este tipo no es Barrows, larguémonos de
aquí, corre! ¡No, hazme caso Frank es él, o un clon suyo, está
aquí para torturarnos, maldita sea!
¡Alto,
llamaré a la policía! Las voces llegaban hasta Dan como si
estuvieran muy lejos, un puñetazo en un oído le había dejado
aturdido y no sabía muy bien que es lo que estaba ocurriendo.
Al
día siguiente Dan no presentó las noticias, él fue la noticia. La
extraña agresión sufrida por el famoso periodista de la CBS
rápidamente se convirtió en el tema de conversación de los
ciudadanos de la ciudad, y por un tiempo la frase pronunciada por el
lunático agresor se hizo famosa, durante unos meses era común que
la gente la utilizara con doble sentido o cambiando incluso su propio
contenido para usarla de modo despectivo, cuando se quería dar a
entender que alguien es un estúpido que no se entera de nada
¿What
the fuck, Kenneth?
Enero
de 1994.
¡William
Tager recluso seis dos seis uno, culpable de sedición! ¡William
Tager, se le dieron instrucciones precisas de cuándo debía regresar
al portal y las ha incumplido! La próxima fecha disponible para su
regreso es el uno de enero del año mil novecientos noventa y seis.
Debe estar en el lugar señalado en esa fecha o los mensajes subirán
de frecuencia e intensidad hasta la privación de sueño total. El
mensaje se repetía en su cabeza cada seis horas, como si fuera un
mantra cruel que le recordaba que no podía volver a fallar.
Tras
el incidente con el presidente Burrows, o uno de sus clones, William
se escondió en un edificio a medio construir donde se refugiaban
también drogadictos y marginados. En su estado demente, olvidó
presentarse en el lugar indicado para su regreso. Esa torpeza le
costaría tener que permanecer allí diez años, mientras que en el
futuro, debido a la enorme gravedad que generaba el portal, apenas
pasarían unos meses hasta el nuevo intento de extracción. No podía
esperar tanto tiempo, tenía que encontrar la forma de comunicarse
con el futuro, si ellos podían enviarle mensajes, él tendría que
encontrar el modo de hacerlo también.
¿Cómo
lo harían, cómo podían insertar esos mensajes en su cabeza? ¿Había
viajado también el presidente Barrows en persona, para haciéndose
pasar por periodista insertar los mensajes en las ondas de televisión
que emitía la CBS? Tal vez fuera esa la forma de poder hablar con
sus congéneres del futuro.
Tenía
que encontrar un modo de volver antes y explicarle al presidente que
lo sucedido no había sido culpa suya, él quería volver, pero tenía
que ocultarse hasta que pasaran unos días.
Cada
día le dolía más la cabeza y apenas podía dormir, los mensajes se
repetían ahora cada cuatro horas.Todavía faltaban dos años para
que pudiera acceder al portal, demasiado tiempo, no podía soportarlo
más.
Le
resultó increíble la facilidad con la que compró el arma con tan
solo una identificación que no recordaba de donde había salido, en
el siglo veinticinco, el papel prácticamente era un objeto de museo,
no recordaba ese documento que le permitía conducir, en su tiempo no
existían ese tipo de permisos ¿para qué iba alguien a querer
conducir un vehículo?
Entró
en el edificio de la cadena de televisión, en un monitor Phill
Connors, desde Punxsutawney hacía la previsión del tiempo, otro día
más. Su aspecto era horrible, casi tan deplorable como el que tenía
el propio William frente a los cristales de la NBC. Será un invierno
largo, muy largo.
El
control de acceso estaba custodiado por un par de gorilas de mirada
escrutadora que revisaban los pases de los grupos, para entrar por la
barrera se necesitaba uno de empleado. Tendría que buscar otro
acceso.
Estudió
el edificio buscando alguna entrada por donde colarse, la zona de
acceso de mercancías parecía menos vigilada. Intentaría acceder
por ahí cuando tuviera la ocasión. Su objetivo era llegar hasta el
control de sonido y anular la emisión de la señal, era una idea
absurda, pero hay que tener en cuenta que la desesperación no suele
llevarse bien con la sensatez. Estaba convencido de que esta era la
única manera de silenciar los mensajes que le enviaban desde el
futuro, ocultos con la señales de radio y televisión.
Al
final consiguió acceder a una especie de almacén donde a esa hora
de la noche había poco ajetreo, avanzó ocultándose tras los
carritos que contenían la ropa que se utilizaba en los programas que
emitía la cadena, concursos, realitys, basura.
Todo
iba bien hasta que al intentar abrir una puerta, de la nada apareció
un tipo gordo que se plantó entre la puerta y él con su grasienta
figura. Sin pensarlo, William disparó - más por miedo que por
convicción - sobre la enorme masa que le cortaba el paso, el pobre
hombre se quedó tan sorprendido que solo pudo decir mierda
antes de desplomarse como una gelatina gigante sobre el suelo del
almacén.
A
trompicones, Willian llegó hasta la puerta, pero para su decepción
estaba cerrada con llave, retrocedió hasta el lugar donde el hombre
vigilante se desangraba, intentó buscar la llave en la garita que
había a la entrada. Cuando se giró para emprender la huida, sintió
un tremendo golpe en la cabeza, después solo quedó el silencio y
las voces se apagaron por completo.
La
sala de interrogatorios carecía del espejo que suelen tener siempre
en las películas, tampoco había una cámara grabando lo que allí
acontecía, aquello parecía más bien el despacho donde aguardan su
castigo los que roban en los centros comerciales. Había una mesa
pegada a la pared y un par de sillas de madera que hacía años no
conocían el barniz. En la mesa se amontonaban un montón de carpetas
y varios vasos con restos de café y alguna que otra colilla.
Frente
al sospechoso estaba el agente al cargo de la investigación, suceso
más bien, pues poco había ya que investigar, el supuesto homicida
estaba en el lugar del crimen - con el arma todavía caliente en el
bolsillo - en el momento en que un guarda de seguridad lo dejó
inconsciente de un certero golpe de porra.
El
agente le quitó las esposas y le ofreció un cigarrillo, una táctica
para llevarle a su terreno, soy el poli bueno ¿Quién haría de poli
malo? Mejor no saberlo.
El
dolor de cabeza era insoportable, pero sentía algo distinto, el
ruido de fondo había desaparecido, las voces no estaban. Miró el
reloj de la pared, faltaban diez minutos para las doce de la noche, a
esa hora volverían a repetirse ¿Sería posible que el chip
implantado en su cerebro se hubiera roto con el golpe sufrido en el
almacén de la cadena de televisión? Si eso fuera cierto…
El interrogatorio fue breve, duró hasta un poco más de
las doce y media. El acusado confesó ser el autor del homicidio, el
resto de la historia carecía de importancia policial, eso quedó en
manos del psiquiatra para el momento del juicio.
En
la cárcel los días pasaban despacio, no había mucho que hacer por
lo que las horas pasaban entre el sueño y el hastío, le drogaban
para que olvidara quién era en realidad y de donde venía. Si no
salía de allí pronto, sería el primer hombre de la historia en
morir antes de haber nacido.
Frank
caminaba de pared a pared, reprochándole - como de costumbre - sus
estúpidos actos ¿Cómo se te ocurre dispararle a ese pobre hombre?
Ahora si que la hemos jodido, nunca volveremos al futuro, nos
encerraran aquí hasta que el chip de nuestras jodidas cabezas nos
acabe matando.
No
soy un asesino, ese tipo era un esbirro, seguro que es cómplice
también. Además, estoy
harto de ti, tú sólo hablas y hablas, pero nunca haces nada, solo
eres un producto de mi imaginación ¿Sabes una cosa? Mi chip ya no
funciona, Así que soy libre y tú, amigo, algún día desaparecerás
para siempre.
Noviembre
de 1994.
Un
día, mientras William dibujaba cosas absurdas en un cuaderno, en la
tele apareció ese maldito periodista por el que se hacía pasar
Barrows en el pasado. El muy cabrón estaba cantando una canción estridente con
unos tipos muy raros que parecían reírse de él mientras cantaban: