Nueva york, finales de octubre de
dos mil trece. El sol se refleja en las ventanas de Housing Works, una tienda
propiedad de una asociación benéfica. Dentro, se ve un cuadro que no tiene nada
de particular, solo unas montañas nevadas al fondo y un lago, una obra mediocre
de las que se usan para decorar los salones de los restaurantes de comida
barata.
¿Por qué hay tanto revuelo y
tanta gente sacando fotos a algo tan vulgar ¿Será porque en él hay un oficial
de la Wehrmacht contemplando en soledad ese bucólico lugar? Algo que por
descontado no suele aparecer en esa clase de cuadros, en ese tipo de lienzos - tan
típicos de la España Franquista o de las casas británicas de los setenta - suelen
aparecer perros de caza y un ciervo, o un grupo de jinetes con casacas rojas y un
zorro, según el caso.
El cuadro que tanto interés despertaba
entre los transeúntes, se había vendido el día anterior por el módico precio de
cincuenta dólares, dinero destinado a ayudar a las personas sin techo del
barrio. Fue adquirido por un comprador que por su acento, no parecía de New
York. El mismo cuadro apareció de nuevo en la tienda al día siguiente - como
por obra de magia - con el añadido del soldado que contemplaba las montañas en
soledad.
Cuando el rumor se convirtió en
noticia y fue notorio que la modificación de la pintura, podía
atribuirse, sin ningún género de duda, al artista callejero conocido como
Banksy, la obra se expuso a los curiosos que llegaban hasta allí en mayor
número.
Unos días después, la obra fue
subastada por cuatrocientos cincuenta mil dólares.
Banalidad de la
Banalidad del mal. Bansky
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