La cita
Aquella noche mi único propósito era dar con ella. Yo que nunca supe tomar una decisión en mi lamentable vida, yo que siempre era un mar de dudas ante la más trivial de las cuestiones, por fin tenía las cosas claras, aunque se abrieran las entrañas de la tierra y el mismísimo Satán se interpusiera en mi camino, no retrocedería ni un palmo, tan fuerte era mi determinación.
Exhausto, empapado y muerto de miedo llegué por fin a mi destino. Tenía todavía en mi mano la nota de papel arrugado con su peculiar caligrafía. El corazón me latía desbocado y el aire que exhalaba me quemaba los pulmones. Apenas podía tenerme en pie. Todavía se oían disparos a lo lejos. Ya no llovía, o tal vez sí, supongo que estaba tan empapado que no sentía nada, tan insensible como un cadáver ahogado. No importaba nada, daba igual que el mundo se hiciera añicos ante mí. Nunca fui un valiente, es un hecho. Si estaba burlando a la muerte esa noche era por pura lujuria, por obsesión, o tal vez porque estaba hechizado, loco, enfermo.
Avanzaba a trompicones, como un yonqui que busca desesperadamente su dosis cuando la abstinencia le carcome hasta los huesos. Ajeno al peligro subí las escaleras del edificio. Había poca luz y mucho polvo en aquel ruinoso inmueble devastado por la guerra. No se oían gritos, no había ruido, sólo las sombras que proyectaba la luz de la luna al colarse por los agujeros de los impactos de los morteros, no había nadie más allí. Todo estaba muerto. De pronto sentí pánico ante la idea de que ella podía no aparecer, tal vez estuviera muerta. Intenté calmarme, luché contra esa idea. Los minutos pasaban penosamente despacio, la ciudad moría con estertores que relampagueaban en el cielo, mis peores temores tomaban el control de mi atormentada mente, ella no vendría. Probablemente estaría desangrándose cerca de aquí, atrapada entre los escombros, destrozada por la metralla, llorando y gritando mí nombre.
Nunca supe que le pasó, cuando amaneció y fui consciente de mi situación me asomé a una terraza mostrando el brazalete de la brigada del Karma, encendí un cigarro mientras esperaba que me volaran los sesos, ya dije que era un cobarde, no tenía huevos para hacerlo yo.
Cuando llegó al edificio y encontró el cadáver, sólo dijo una cosa, “pobre diablo, ya no tendré que cortar con él”
Qué genial narrativa! Me ha gustado mucho. Espero leer las que siguen. ¡Enhorabuena!
ResponderEliminarSiempre me ha maravillado la capacidad de transmitir tanto en unas pocas líneas y este texto lo hace: puro desasosiego desde el principio. Queremos más!
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