Estimado amigo, allá donde estés, tu compañero de aventuras se acuerda de ti, por eso, aunque se halle cautivo y aislado entre muros acolchados, te escribe esta misiva; tú, mi fiel escudero, conoces mejor que nadie mi grado de tozudez y de compromiso con las causas perdidas.
Es muy probable que esta carta
termine en la basura tras leerla un psiquiatra menos cuerdo que aquel que la
escribió.
Este mensaje es como los que se lanzan al océano en una botella, o los que se envían al espacio esperando una respuesta. Palabras ahogadas antes
de nacer que no irán a ninguna parte, salvo al limbo. No podrán perdurar más
allá de este momento, único e irrepetible en el que van cobrando forma en mi
embotada sesera. Aunque queden impresas, perderán su esencia tan pronto sean
liberadas de su encierro, como los gases que se desprenden de ciertas reacciones
químicas, algo que no debe importarme, ni a mí, ni a quién van dirigidas, pues una
vez escritas ya no pertenecen a nadie.
Querido Sancho, estés donde estés, debes saber que te aprecio, pero
sigo pensando que eres un zoquete que no ve más allá de sus narices. Un pobre
diablo tan corto de miras que no es capaz de ver a esos malditos gigantes que
nos acechan por doquier.
Atentamente.
Alonso Quijano.
Posdata. Si ves a Terry Gilliam, salúdale de mi parte.
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