Me llamo Lester Burnham. Supongo que ese nombre no les dice nada. Tampoco el apellido, por mucho que mi progenitor estuviera muy orgulloso de la estirpe Burnham; como si estos pertenecieran a la realeza. Que yo sepa, los reyes y los magnates no sacan la basura ni conducen automóviles pagados a plazos.
A vista de pájaro mi casa es igual que las de mis vecinos. Los mismos metros de césped y el mismo tipo de tejado. Un bosque de antenas y postes de alta tensión a lo largo de un conjunto residencial a las afueras de una metrópolis cualquiera.
Cada
mañana, después de masturbarme en la ducha, conduzco por una autopista atestada.
Lo mismo que mis vecinos Buddy y Jean – dos tipos fornidos con los que desde
hace unos días salgo a correr por las tardes – y otros, que como a mí, apenas
les quedan fuerzas para salir de la cama para ir a trabajar, aunque lo siguen
haciendo con resignación. Tal vez ese sea el secreto de nuestra especie, ser la
única que se acostumbra a todo.
Esta
crisis de identidad que estoy experimentando es algo muy común en los hombres
de mi edad. Es muy probable que sea algo habitual entre ese grupo de individuos
que tras conseguir tener una plácida existencia de clase media; con una familia estándar y un todoterreno aparcado en el garaje de un chalet, al cumplir los
cincuenta toman consciencia de que están muy lejos de ser como habían pensado
que serían tras finalizar sus estudios universitarios. Perdido el esplendor de
la juventud, intentan mantener patéticamente los rescoldos de ese fuego que saben
que es inevitable que termine extinguiéndose.
«Mientras
dure el baile hay que seguir danzando». Tal vez deba ser así,
aunque haya quién piense que «hay que saber cuándo irse
de una fiesta». Yo no puedo decidir que
debo hacer, si bailar hasta desfallecer o retirarme con dignidad antes de que
sea demasiado tarde. En mi caso, un hombrecillo atormentado por tener que reprimir
su condición sexual durante años, armado con una pistola, me ha privado de
verme ante esa encrucijada; justo cuando me sentía vivo por primera vez en
mucho tiempo. Este acto estúpido e injusto no debe hacer que sienta rencor, más
bien al contrario, pues ahora solo siento una paz infinita y un amor sin límites
cuando contemplo las maravillas que me rodearon durante mi estúpida e
insignificante vida.
Lester
Burnham. American Beauty.
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