Mediocres del mundo ¡Me río en vuestra cara!

martes, 29 de agosto de 2023

Banalidad

 

Nueva york, finales de octubre de dos mil trece. El sol se refleja en las ventanas de Housing Works, una tienda propiedad de una asociación benéfica. Dentro, se ve un cuadro que no tiene nada de particular, solo unas montañas nevadas al fondo y un lago, una obra mediocre de las que se usan para decorar los salones de los restaurantes de comida barata.

¿Por qué hay tanto revuelo y tanta gente sacando fotos a algo tan vulgar ¿Será porque en él hay un oficial de la Wehrmacht contemplando en soledad ese bucólico lugar? Algo que por descontado no suele aparecer en esa clase de cuadros, en ese tipo de lienzos - tan típicos de la España Franquista o de las casas británicas de los setenta - suelen aparecer perros de caza y un ciervo, o un grupo de jinetes con casacas rojas y un zorro, según el caso.

El cuadro que tanto interés despertaba entre los transeúntes, se había vendido el día anterior por el módico precio de cincuenta dólares, dinero destinado a ayudar a las personas sin techo del barrio. Fue adquirido por un comprador que por su acento, no parecía de New York. El mismo cuadro apareció de nuevo en la tienda al día siguiente - como por obra de magia - con el añadido del soldado que contemplaba las montañas en soledad.

Cuando el rumor se convirtió en noticia y fue notorio que la modificación de la pintura, podía atribuirse, sin ningún género de duda, al artista callejero conocido como Banksy, la obra se expuso a los curiosos que llegaban hasta allí en mayor número.

Unos días después, la obra fue subastada por cuatrocientos cincuenta mil dólares.


Banalidad de la Banalidad del mal. Bansky


lunes, 28 de agosto de 2023

Recomendaciones literarias geniales.

 

La carretera. Cormac McCarthy.



Probablemente la novela más triste que he leído, y también una de las más geniales.

La carretera es como el cuadro de Goya "Saturno devorando a su hijo", es la desolación y la oscuridad absoluta, salvo que en esta novela, el protagonista lo que intenta evitar, es justo lo contrario, que su hijo acabe cocinado por alguna de las hordas hambrientas que habitan un mundo apocalíptico.

Ambos, supervivientes a la devastación que engulle todo a su alrededor, incluida la esperanza, caminan hacia un destino inexorable. Por triste y horrible que esto parezca, al final es lo que hacemos todos cada día. La diferencia es que ellos, sí son conscientes de que no hay salvación posible, pues el mundo, tal como lo conocían ya no existe y en su lugar solo queda un páramo estéril y vacío. Aun así, el padre lucha con sus escasas fuerzas por mantenerse a él y a su hijo a salvo. Eso de que la esperanza es lo último que se pierde, tal vez sea cierto, pero en mi opinión, esa incansable y obstinada lucha estéril por evitar lo inevitable, es por culpa de la evolución y el maldito algoritmo biológico que todos llevamos en nuestro interior.

¿Qué puede hacer un simple hombre ante tamaña empresa? 

Esta portentosa novela, del genial autor Cormac McCarthy, escrita en 2006, fue galardonada con el premio Pulitzer. 

En 2009 se adaptó al cine por el director John Hillcoat con Viggo Mortensen como protagonista. Una película notable que supo trasmitir la desolación de la novela. Con una banda sonora magnífica a cargo de Warren Ellis y Nick Cave (Ellos también se ríen de los mediocres como nosotros)








Historias de perdedores. Larry Walters


The Lawn Chair Pilot

Cuando ciento noventa y nueve años después de que los hermanos Mongolfier elevaran sobre el cielo de Versalles su primer globo con pasajeros humanos a bordo, Larry Walters soltó la cuerda que sujetaba su artefacto volador, no hubo aplausos, ni por supuesto un rey contemplando el espectáculo, tan solo algunos vecinos y curiosos que se congregaron en torno a ese lunático que, armado con una escopeta de aire comprimido y unas latas de cerveza, se disponía a hacer algo parecido a la hazaña de tan insignes hermanos.

Como tantos otros antes que él, el sueño de Larry era volar. Ser piloto era su sueño, pero la miopía cerraba cualquier atisbo de esperanza que pudiera albergar al respecto. El único vehículo que Larry manejaría sería el camión de reparto con el que recorría la ciudad todos los días, soportando con resignación los atascos continuos por las malditas obran que nunca se terminaban.

Casi siempre, después del trabajo volvía a casa caminando; mejor eso que meterse bajo tierra y tomar el subterráneo que a esa hora iba lleno de obreros que olían a tabaco y sudor. Mejor oler los almendros en flor que los sobacos de los trabajadores que volvían a su casa después de un día agotador. ¿Qué les quedaba para después? Una cerveza de marca blanca y ver la televisión. Ese paseo de vuelta a casa era lo mejor del día. Un acto sencillo pero lleno de matices como un atardecer. Con frío, con calor, bajo el aguacero, pisando charcos, pisando hojas del color del cobre o el asfalto caliente, siempre el mismo trayecto de regreso a casa.

Así podían haber pasado cincuenta años, sin más, pero un buen día, uno de tantos, Larry tuvo una idea de esas que cuando se te meten en la cabeza ya no hay vuelta atrás, para bien o para mal.

Volaría gracias a unos globos de los que se usan como sondas meteorológicas, cuarenta y dos repartidos en cuatro grupos, una división que obviamente no da un cociente exacto por lo que el reparto no fue proporcionado. En qué se basó el bueno de Larry para obtener ese número de globos y no otro, quien sabe, nadie estaba con él cuando hizo los cálculos.

Tampoco se puede precisar de dónde sacó cuarenta y dos globos de esas dimensiones y el helio necesario para inflarlos. Pero lo cierto, y a la postre lo que importa, es que lo hizo, vaya si lo hizo.

Allí estaba Larry el día señalado con todo listo. Provisto de una escopeta de aire comprimido, una radio de dos vías, unos bocadillos y por supuesto unas latas de cerveza, dispuesto a hacer caso omiso a todas las advertencias que sus amigos le habían hecho sobre la insensatez de tan peregrina idea.

Soltó el cable que sujetaba la silla de jardín al suelo y se elevó sobre el cielo de California. Subió a gran velocidad, muy alto, mucho más de lo que sus cálculos habían pronosticado. En poco tiempo superó con creces los metros que había previsto ascender y animado por el éxito de su proeza, decidió no descender.

Larry estuvo catorce horas surcando los cielos ante el asombro de los pilotos de los aviones comerciales que sobrevolaban el aeropuerto y la mirada atónita de los transeúntes que por allí pasaban.

Cuando consiguió regresar a la tierra medio congelado y asfixiado, ya sabía que su vida nunca sería igual. De momento su primera visita fue a la comisaría de policía, después vendrían la televisión, la radio y brevemente la fama.

Pobre Larry, de igual forma que muchos artistas no ganan ni un premio en vida y solo reciben el reconocimiento merecido al morir, Larry no ganó el premio Darwin a la muerte más absurda del año, pues semejante insensatez no terminó en tragedia, como cabría esperar. De haber sido así, sin duda habría obtenido ese galardón; no obstante, fue tan sonada su estupidez, que en la celebración de dichos premios, su absurda peripecia mereció una mención especial por parte del jurado.

Lo peor fue la multa de mil quinientos dólares que el bueno de Larry tuvo que abonar a la Administración de Aviación Federal, “por volar de forma imprudente y sin ningún tipo de licencia en una aeronave que no cumplía con ninguna normativa y carecía de cualquier tipo de permiso ni certificación”.

Aunque al principio fue considerado por sus vecinos como una especie de héroe local, pronto ese brillo fugaz desapareció. Después de varios años en los que la fortuna le esquivó continuamente, consiguió algo de estabilidad gracias a un empleo como guarda de seguridad. Además, colaboraba también como vigilante del servicio forestal.

Un día temprano, cuando los primeros rayos del sol se reflejaban en las lejanas montañas, Larry se internó en el bosque y caminó un buen trecho bajo la mirada curiosa de las ardillas que se disponían a disfrutar de su almuerzo. Llegó a una pequeña pradera por donde se retorcía caprichosamente un riachuelo y allí, tras sentarse en el suelo, se pegó un tiro en el pecho. 









viernes, 25 de agosto de 2023

Uno de mis primeros relatos.

 

La cita

Aquella noche mi único propósito era dar con ella. Yo que nunca supe tomar una decisión en mi lamentable vida, yo que siempre era un mar de dudas ante la más trivial de las cuestiones, por fin tenía las cosas claras, aunque se abrieran las entrañas de la tierra y el mismísimo Satán se interpusiera en mi camino, no retrocedería ni un palmo, tan fuerte era mi determinación.

Exhausto, empapado y muerto de miedo llegué por fin a mi destino. Tenía todavía en mi mano la nota de papel arrugado con su peculiar caligrafía. El corazón me latía desbocado y el aire que exhalaba me quemaba los pulmones. Apenas podía tenerme en pie. Todavía se oían disparos a lo lejos. Ya no llovía, o tal vez sí, supongo que estaba tan empapado que no sentía nada, tan insensible como un cadáver ahogado. No importaba nada, daba igual que el mundo se hiciera añicos ante mí. Nunca fui un valiente, es un hecho. Si estaba burlando a la muerte esa noche era por pura lujuria, por obsesión, o tal vez porque estaba hechizado, loco, enfermo.

Avanzaba a trompicones, como un yonqui que busca desesperadamente su dosis cuando la abstinencia le carcome hasta los huesos. Ajeno al peligro subí las escaleras del edificio. Había poca luz y mucho polvo en aquel ruinoso inmueble devastado por la guerra. No se oían gritos, no había ruido, sólo las sombras que proyectaba la luz de la luna al colarse por los agujeros de los impactos de los morteros, no había nadie más allí. Todo estaba muerto. De pronto sentí pánico ante la idea de que ella podía no aparecer, tal vez estuviera muerta. Intenté calmarme, luché contra esa idea. Los minutos pasaban penosamente despacio, la ciudad moría con estertores que relampagueaban en el cielo, mis peores temores tomaban el control de mi atormentada mente, ella no vendría. Probablemente estaría desangrándose cerca de aquí, atrapada entre los escombros, destrozada por la metralla, llorando y gritando mí nombre.

Nunca supe que le pasó, cuando amaneció y fui consciente de mi situación me asomé a una terraza mostrando el brazalete de la brigada del Karma, encendí un cigarro mientras esperaba que me volaran los sesos, ya dije que era un cobarde, no tenía huevos para hacerlo yo.

Cuando llegó al edificio y encontró el cadáver, sólo dijo una cosa, “pobre diablo, ya no tendré que cortar con él” 

"Once del once"

"Once del once"
Tú, director de prestigio, sí, tú, esta es tu película ¿Te atreves?

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Aquí estoy, junto a Santiago Posteguillo y Antonio Muñoz Molina!!

Aquí estoy, junto a Santiago Posteguillo y Antonio Muñoz Molina!!

¡Yo os maldigo por salir de la caverna!

¡Yo os maldigo por salir de la caverna!
Primera ley de la Filosofía: Por cada Filósofo, existe otro filósofo igual y opuesto. Segunda ley de la Filosofía: Ambos filósofos están equivocados. Corolario: Una gran verdad es una verdad cuyo opuesto es también una gran verdad.

11-11-1918. El fin de la locura. Poilus y Hellfighters volverán a casa

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Libro recomendado