Entre
el horror de las noticias y el sopor de la siesta, se cuela en mi salón un
anuncio tan absurdo como nuestra propia existencia. Me pregunto por qué se
inician siempre las colecciones por entregas en septiembre. Algo que nunca
falla, como las doce uvas o las procesiones en Semana Santa; certezas que en
los tiempos que corren – repletos de mentiras e incertidumbres – son algo a lo
que aferrarse, por mundanos que estos eventos sean.
¿Qué
clase de persona puede estar interesada en montar una réplica a escala de
"Robocop" o en coleccionar "Dedales de Porcelana"? Los
"Helicópteros de Combate" también tienen lo suyo. No sé qué me
produce más estupor, que el precio del primer fascículo sea irrisorio en
comparación con el del resto de las entregas, o que algo tan trivial se anuncie
un par de segundos después de las imágenes del genocidio palestino. Tal vez esa
dualidad sea algo normal, como la chapa del soldado bufón de "La Chaqueta
Metálica". Sea como sea, creo que el nivel de apatía e insensibilidad de
esta sociedad empieza a ser preocupante.
Esa
clase de anuncios y los de la vuelta al cole, dejan claro que el verano llega a
su fin, algo que se confirma cuando desde la terraza veo al socorrista hurgarse
la nariz o la entrepierna mientras ve alguna gilipollez en Internet.
Me
siento bien. Pronto llegará mi época preferida, cuando los árboles de los
parques comienzan a teñirse de ocres y rojos. Cuando llueve y se forman charcos
en los que debido a mi edad no puedo chapotear y, por supuesto, cuando se
vuelve a poner el nórdico en la cama. Esos días de otoño, sin incendios
terroríficos ni mapas del tiempo salidos de Mordor.
Bendito
equinoccio.

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