¡Despierta gandul, que es hora de
ordeñar a las vacas! ¿Qué coño te pasa hoy? Vamos, mueve ese culo negro hasta el
establo.
Sin saber dónde estaba y qué estaba
pasando, Santiago se incorporó del mugriento catre que en nada se parecía a la confortable
cama en la que se había acostado tras leer unas páginas de “El camino hacia la
dictadura de Sánchez” gran ensayo obra del adalid de la cruzada patria contra
el gobierno progre y terrorista. El bueno de Don Federico. Poco pudo leer, pues
pronto el sueño lo venció y Morfeo vino a visitarlo enseguida a su acogedora
morada.
No había espejo en el que
contemplar su soñoliento rostro; por no haber, no había ni baño ¿Dónde coño había despertado, qué estaba sucediendo? No entendía nada. Salió a tientas de aquel agujero
hediondo. Todavía era de noche ¡Joder eran las cinco de la mañana! No recordaba
haberse levantado a esa hora jamás, acostarse sí, muchas veces; debería estar prohibido
madrugar tanto, al menos para trabajar, para salir de viaje o de caza, eso ya
es otra cosa.
Llegó hasta un edificio que olía
aun peor que de donde había salido. En ese momento, tomo plena consciencia de
que algo muy extraño estaba pasando. A la mortecina luz que había en ese lugar, contempló horrorizado que ¡sus manos eran negras! ¡Dios santo, qué está pasando, por
favor que alguien me lo explique!
Mamadú, cambia el ordeñador a esta,
que ya está seca. Venga, espabila muchacho. Disculpe caballero, no sé como he
podido terminar aquí, ni de qué va todo esto, si se fija usted en mí,
comprobará que no soy quién usted cree que soy.
¿Cuántas veces te he dicho que no
me hables en ese idioma de moros? En cristiano Mamadú, que ya no estás en Somalia,
ahora estás en el mundo civilizado.
¿Estad usted loco, señor? ¿Qué
estupidez es esa de que soy de Somalia? No ve que soy blanco. Soy Santiago
Abascal, el líder de Vox. Fíjese bien en mí.
Y vuelta la burra al trigo ¿Pero a ti
qué te pasa muchacho? ¿De qué te estás quejando? ¿Acaso no te he dado
alojamiento y comida? Ya te he dicho varias veces que, si trabajas duro y me
demuestras que eres honrado y no has venido a nuestro país a robar a los
paisanos y a violar a las mozas del pueblo, te daré de alta algún día; cobrarás
el salario mínimo, que es muy elevado para alguien como tú, pero como es lo que
marca la ley, no me queda más remedio que dártelo.
Santiago intentó explicar de nuevo
que lo que estaba pasando era un malentendido colosal, pero en vista de que ese
tipo obtuso no entendía nada, al final optó por seguirle la corriente. Craso error.
Cuando terminó el día, había
ordeñado vacas y cabras, había dado de comer a todos los malditos bichos de la
granja, sacado a pastorear a un rebaño de ovejas estúpidas y, lo peor de todo,
había limpiado la pocilga de los cerdos. Un día más como ese y se suicidaría.
Estaba decidido a escapar de ese lugar
inmundo esa misma noche. Se acercaría hasta el pueblo más cercano y buscaría el
cuartel de la guardia civil, donde todo quedaría al fin aclarado.
Cuando vio la frase “TODO POR LA
PATRIA” bajo una farola sobre la que unas polillas revoloteaban, supo que
estaba salvado. Entró con paso firme en el cuartel, como si fuera el coronel al
mando del destacamento o el Capitán General de los cinco ejércitos, su
Majestad el Rey.
Cuando abrió los ojos y contempló
los barrotes del calabozo sintió un vértigo que le provocó una arcada. No echó
nada, pues nada había cenado. Se quedó quieto, esperando a que todo volviera a
su sitio.
¡Quiero hablar con mi abogado! Os vais
a enterar, ya veréis, ya…Cállate animal, lo cortó una voz desde el fondo. Hay
que ser gilipollas para entrar en un cuartel mostrando el carné robado a la
víctima y encima decir que se trata de un error. Menudo loco trastornado debes
ser, amigo.
Cómo se atreve, yo soy un ciudadano
ejemplar, yo soy español, soy Santiago Abascal, me oye maldito estúpido...alto,
espere cálmese, deje esa porra, por favor seamos razonables…
Después de que todo volviera a desintegrarse a su alrededor y de cruzar los nueve círculos del infierno acompañado del Caudillo, despertó al fin en su cama.
Tras los cristales lucía un sol magnífico, olía a césped recién cortado por ese simpático jardinero rumano que tanta gracia le hacía.
Tras vestirse, contempló su aspecto frente al espejo del dormitorio. Estaba tan radiante como el día.
Esa tarde, cuando subió al atril
para dar el mitin, hizo una pausa dramática y comenzó: Estimados ciudadanos,
hombres y mujeres que estáis hoy aquí, sé que estáis preocupados viendo como
invaden nuestro país…
Kafkiano total, jaja. Tendríamos que ser como Tiresias y vivir dos o más identidades diferentes u opuestas en la vida para tener una mejor noción de lo que es humano y lo que no lo es. Un saludo.
ResponderEliminarPonerse en los zapatos del vecino. Así de sencillo. Gracias por tu apoyo compañero.
ResponderEliminarComo siempre, un solo día de trabajo de Mamadú alberga la dignidad que nunca tendrá el chupoptero de Santiaguito…
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