Mediocres del mundo ¡Me río en vuestra cara!

lunes, 4 de marzo de 2024

El extraño regreso.

 

Tres monedas de cobre en el interior de una caja de cartón sucia y arrugada. Hoy no ha sido un buen día ¿Cuándo dejaron de serlo? Tan exigua cantidad no da ni para un café. La caja está cansada de tantas penurias. Otra víctima más de la sociedad de consumo. Apenas recuerda su anterior vida.

Dónde quedaron esos días en los que vivía plácidamente en un hogar donde siempre estaba llena de galletas, descansando plácidamente en la segunda balda de la estantería, junto al bote de Cola-Cao y al tarro de Nescafé.

Como echaba de menos aquella vida. El silencio de aquella cocina, donde se amontonaban los platos sin fregar bajo el goteo interminable de un grifo mal cerrado, el olor a comida en ebullición que se escapaba de la casa, inundando la escalera por la que subía despacio y resoplando Miguel; transportando la barra de pan recién hecho que nunca llegaba entera a casa, porque su nieto Andrés se la quitaba de camino a casa.

No hay mayor verdad que esta: la felicidad es efímera, pues tarde o temprano ocurre alguna desgracia. Un día muy temprano, cuando todavía no había amanecido y las calles mojadas olían a césped recién cortado, la última galleta - sacada de su refugio de cartón - fue arrojada a un pozo de café hirviendo donde lentamente se transformó en una especie de papilla deforme que al instante fue devorada, pues ese era su destino.

No hubo piedad para la caja de cartón que para nada servía ya, por lo que fue arrojada a un contenedor repleto de inmundicia putrefacta. La pobre caja no podía imaginar una crueldad peor que esa.

Todo estaba perdido, acabaría sus días pudriéndose al sol en un inmenso vertedero lleno de trastos viejos y oxidados. Uno de esos cementerios de chatarra donde moran, además de pequeñas alimañas a la caza de alimento, niños de piel oscura en busca de los despojos de su infancia robada.

¿Y si me llevan a un planta incineradora? Me convertiré en un puñado de cenizas esparcidas por el viento contaminado de la gran ciudad, nada más. El pánico se apoderó de cada uno de sus átomos.

Entonces sucedió algo totalmente inesperado. De pronto el contenedor se abrió dejando entrar, por un breve y maravilloso momento, un soplo de aire limpio y fresco que expulsó durante unos segundos al fétido hedor que desprendían los desperdicios que allí lentamente morían. Unas manos mugrientas se zambulleron sin miedo ni escrúpulos entre la basura y de entre toda aquella porquería removida, sacó de aquella horrible prisión a la pequeña caja de cartón.

De esta forma, pasó a formar parte del pintoresco montón de pertenencias que su ángel liberador poseía: un perro tuerto y pulgoso, además de famélico y gruñón - de nombre Tumbado pues según su dueño era lo único que hacía todo el día - un par de mantas roñosas que desprendían un terrible olor, una gabardina de irreconocible color y un Pinocho al que no le quedaba ni una pizca de barniz.

Todas estas pertenencias eran transportadas en un carrito de la compra que, con malas artes había sido sustraído de un magnífico y luminoso centro comercial, sin que nadie le preguntara si deseaba partir en tan sucia compañía, de ahí que rodara siempre a desgana, obligado a moverse a empujones por un secuestrador por el que no sentía ninguna simpatía.

De esta forma, la caja de cartón pasó de su estancia cómoda y tranquila en una cocina pequeña y acogedora, a vivir en la indigencia. Ahora pasaba las horas empapada en alcohol, de iglesia en iglesia, blasfemando y escupiendo a las viejas beatas, «malditas tacañas que no echaban ni una mísera moneda».

El frío era duro, pero era peor la lluvia, todo el mundo sabe como se queda el cartón cuando se seca después de haber estado empapado.

Poco a poco, esa vida errante que al principio le parecía tan triste y miserable fue haciéndose más soportable y, aunque resulte difícil de creer, llegó incluso a disfrutar de algunos momentos de felicidad entre aquellos mendigos que peleaban - incluso con uñas y dientes si llegaba el caso - por la posesión de un banco del parque donde dormir en las noches de verano.

Pasaron los años y con ellos se fue Samuel al que la pequeña caja de galletas llegó a querer como a un padre. Expiró mientras su perro lamía esa mano - ahora dura y fría - que tantas veces lo había acariciado.

No hubo coronas de flores en el funeral, tampoco una larga comitiva de coches en lenta procesión. Tan sólo un par de amigos del difunto acudieron a su despedida de este mundo que tan mal lo trató. Un hombre que tenía frases para todo, no pudo tener una para su sepultura.

Tumbado permaneció varios días deambulando por el cementerio hasta que una mañana lluviosa, huyendo de los enterradores, cruzó la calle en mal momento. Su cuerpo quebrado, quedó como a él le gustaba estar, tumbado sobre el asfalto, la muerte suele tener esa clase de ironías.

Tras la muerte de Samuel, la caja de cartón pasó a formar parte de las pertenencias de Julián, el inseparable amigo de calamidades del difunto, pero este se desprendió de ella vendiéndosela por una miseria a un tipo bizco que conducía un camión repleto de cartón.

Mucho tiempo pasó la huérfana caja en la sombra del olvido, en un oscuro almacén donde se amontonaban toneladas de papel amarillo. El polvo fue lentamente cubriendo su superficie vieja y arrugada. Pasaron los días, pasaron los meses, en silencio, en soledad.


Cuando Andrés cerró la puerta, abrió con gran expectación el paquete que el cartero acababa de entregarle. Pasó las yemas de los dedos sobre la portada del libro mientras contenía el aliento, lo abrió por una página cualquiera y comenzó a leer:

Salió de allí como el vapor que se cuela por las rendijas y las pequeñas grietas que encuentra. Lejos de tanta ruina y desolación. Volando como un insecto hacia la luz en una noche calurosa, llena de calles vacías y farolas que ocultan las estrellas a los que hablan susurrando bajo su luz. Entró en las casas cuyas ventanas abiertas dejaban escapar los sonidos de la televisión, ondas caprichosas que se colaban por los patios y rebotaban en los edificios formando el sonido del verano...

Cerró el libro y lo depositó sobre la estantería. La casa había cambiado un poco, había cuadros nuevos y los muebles estaban en distinta posición. Ya no vivía allí el anciano Miguel y el nieto ya no era un muchacho flacucho que devoraba barras de pan y soñaba con ser escritor. La caja estaba de nuevo en casa, en una estantería llena de libros y en la cocina olía de nuevo a café.


"Once del once"

"Once del once"
Tú, director de prestigio, sí, tú, esta es tu película ¿Te atreves?

Vistas de página en total

Aquí estoy, junto a Santiago Posteguillo y Antonio Muñoz Molina!!

Aquí estoy, junto a Santiago Posteguillo y Antonio Muñoz Molina!!

¡Yo os maldigo por salir de la caverna!

¡Yo os maldigo por salir de la caverna!
Primera ley de la Filosofía: Por cada Filósofo, existe otro filósofo igual y opuesto. Segunda ley de la Filosofía: Ambos filósofos están equivocados. Corolario: Una gran verdad es una verdad cuyo opuesto es también una gran verdad.

11-11-1918. El fin de la locura. Poilus y Hellfighters volverán a casa

11-11-1918. El fin de la locura. Poilus y Hellfighters volverán a casa

Libro recomendado