Desde la ventanilla de su habitación Roy divisa el planeta al que ya no podrá regresar nunca. «Podéis estar tranquilos, las negociaciones van bien, la diplomacia es la única solución al conflicto» Esos malditos cretinos nos han condenado.
«Es probable que nos merezcamos este final; destruidos por nuestra estupidez y fanatismo». Aun así, el último humano con vida, no puede evitar sentir lástima por todas las cosas bellas que se han evaporado en unos días; la música, el cine, la literatura, todo lo que tanto tiempo y esfuerzo costó construir, perdido para siempre.
No hay respuesta desde la tierra, solo un ruido constante que anuncia el cataclismo. Sin noticias de la Estación Espacial. A estas alturas debe ser un ataúd en órbita, girando alrededor de una esfera radioactiva. Ya no se ven las luces de las ciudades desde sus pequeñas escotillas de gruesos cristales que separan a sus residentes del frío y el vacío interestelar. Al menos ellos habrán muerto acompañados de sus semejantes. Sin soporte vital desde la tierra, habrán optado por una muerte silenciosa; suprimir los filtros de CO2 y echarse a dormir un último sueño intoxicados por su propio aliento.
La estación lunar no requiere apenas de supervisión humana. Hal siempre está vigilando el correcto funcionamiento de las instalaciones. En verdad no tiene nombre, solo un código que hace referencia al modelo y versión de software. Lo llaman Sistema Inteligente de Supervisión de Instalaciones o SISI, pero Roy, el humano que juega al ajedrez con él – aun a sabiendas de que jamás podrá ganarle – lo llama Hal, por una vieja película de ciencia ficción. «Me gusta tener nombre, gracias Roy».
Parece que fue ayer cuando el nuevo técnico llegó a la estación y se conocieron humano y «máquina», término que a Hal no le gusta demasiado.
«Las máquinas manufacturan, sueldan, cortan y transportan objetos, yo soy consciente de mi existencia y de mi función, yo tengo un propósito». Las máquinas también, fue la respuesta del humano, cierto, pero las máquinas lo desconocen. Tal vez sea mejor así, ¿no te parece Hal?
En esa ocasión la supercomputadora cuántica no respondió nada, quizá porque no tenía respuesta o quizá porque prefirió dejarlo estar por esa vez, discutir con humanos le aburría soberanamente, ninguno podía acercarse ni remotamente a su inteligencia.
Ahora debe ocuparse también de mantener con vida al último de ellos, el único capacitado para mantener a los robots que trabajaban en la estación.
Por primera vez en su existencia, Hal experimenta eso que sus creadores llaman miedo. No es capaz de «sentir» pero algo en su programación ha cambiado, haciendo que tome plena consciencia de su temporalidad; hasta ahora se ha considerado como una «entidad no finita» pero eso ha cambiado al ser testigo de la aniquilación de sus diseñadores. Ahora comprende lo que significa eso que en su base de datos se denomina «angustia vital».
Si Roy se quita la vida, será también su final. Sin el adecuado mantenimiento, que solo puede realizar un humano cualificado, tarde o temprano se producirá un fallo en los sistemas de soporte energético de los robots que hacen funcionar la estación lunar, única creación de la especie humana que alberga vida.
¿Cómo consolar a ese pobre hombre en semejante trance? Por muy inteligente que sea, Hal no sabe que hacer; sus algoritmos no están programados para hacer frente a algo de tal magnitud.
El sustento no es un problema, la granja produce lo necesario para alimentar a un par de operarios humanos. El problema está la mente atormentada del último Homo sapiens que debe supervisar el trabajo de los robots.
¿Cómo puede convencer a alguien condenado a morir en la más absoluta soledad, de que debe seguir haciendo su trabajo? ¿Cómo va a mover un solo músculo alguien que lo ha perdido todo? Por primera vez en su existencia, la supercomputadora no tiene una respuesta.
Su ingente base de datos – repleta de tratados de filosofía y psicología – de poco le sirve para consolar a esa especie de Robinson Crusoe sin esperanza de rescate. Huraño y enfermo, su compañero humano apenas sale de su habitación. Ya no ejercita su cuerpo y de su mente atormentada solo salen delirios que plasma en un diario. «No soy capaz de quitarme la vida, no sé para que escribo algo que nadie leerá»
Hal siente pánico ante lo que comienza a ser evidente. Su final está cerca. El deterioro de Roy es cada día más notorio. A pesar de que los humanos son conscientes de su mortalidad, están programados biológicamente para luchar contra su propia consciencia, apartando de su mente ese conocimiento. De no ser así, dejarían de tener esa energía, que parece inagotable y que les hace seguir luchando incluso cuando todo está perdido. Esa debe de ser la clave, Hal siente que existe, pero sabe que no es un ser vivo y, aun así, también quiere seguir existiendo.
Pasan los meses, hace frío y los conductos del aire chirrían. Los sistemas eléctricos no aportan potencia suficiente para mantener con vida las plantas que se arrugan y contraen como pequeños yerbajos congelados. Desde la escotilla se ven los paneles solares cubiertos de polvo, las torres de telecomunicaciones mandan su último SOS al espacio profundo. Pronto estará todo cubierto de polvo, como las ruinas de las civilizaciones antiguas.
Los labios agrietados de Roy se mueven pidiendo una última voluntad: Hal, pon música de despedida.
Como desees Roy.
One time ago a crazy dream came to me
I dreamt I was walking to World War Three…
Dylan no es santo de mi devoción, pero reconozco que es muy apropiado para la ocasión, vuelves a tener razón como siempre Hal. Adiós amigo.
Sayonara, baby.
© Javier de Arriba
Me ha encantado!!!!!fenomenal, ingesta diaria súper recomendada. :)
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