Mediocres del mundo ¡Me río en vuestra cara!

domingo, 26 de enero de 2025

El falso profeta

Retened en vuestra mente esos momentos que no perdurarán, pues su propia esencia se lo impide, esos instantes perfectos que apenas duran unos segundos, como el humo de un cigarro, como las ondas en un estanque al que arrojamos una piedra. Mantenedlos con vosotros mientras conservan su pureza, antes de que el tiempo los devore. Solo así podrán ser parte de vosotros, al menos mientras podáis recordarlos.

Frágil es la memoria del anciano, como triste la del nostálgico. Sé que tenéis dudas, que el miedo os tiene paralizados. Inciertos son los pasos que os han traído hasta aquí, peligrosos quizá, tanto como los que os llevarán de vuelta a vuestro hogar ¿Estaréis seguros ahí? Estáis empezando a dudarlo, pero eso se os olvidará tan pronto os sintáis a salvo y seguiréis a lo vuestro, es lo normal. La historia siempre se repite. Estamos atrapados en un círculo de estupidez sin principio ni fin.

Los demagogos (como la muerte) siempre ganan. Ahora son los tecnócratas y sus marionetas, antes lo fueron los reyes y los emperadores. Terminada su hegemonía, fueron reemplazados por los revolucionarios y los tiranos, dictadores pegados al poder y al trono con el pegamento del terror y el adoctrinamiento, y en medio de toda esta ponzoña, a cierta distancia, sin mancharse las manos, siempre están las religiones o las ideologías, con sus mil caras que en verdad solo es una.

¿Lucharéis contra ellos?

Así hablaba el anciano, mientras sus ojos azules no podían ver a los que permanecían ante él, escuchando su mensaje, que no eran muchos, dicho sea de paso. Apoyado sobre un bastón, olfateaba el aire como si a través de este sentido pudiera identificar lo que tenía enfrente. Solo un reducido grupo de curiosos que andaban perdidos.

Sé que buscáis respuestas. Siento decepcionaros pues no las tengo, pero no os preocupéis, esas os las darán los que se reúnen un poco más abajo, cada uno con su bandera y con los suyos, los de su bando, corred, no perdáis el tiempo conmigo, avanzad hasta las primeras filas y recordad mis palabras: no importa una mierda lo que un falso profeta como yo os haya dicho.





martes, 7 de enero de 2025

Leopoldo II el genocida

 

Este siniestro personaje tiene, entre otros títulos, el de ser el mayor genocida de la historia, superando en esta categoría, nada más y nada menos que a dos pesos pesados de la barbarie y la estupidez, Adolf Hitler y Joseph Stalin.  El hijo del primer rey de los “belgas" que no de Bélgica - como si el pueblo le hubiera elegido para dicho cargo - fue además de eso, fundador y único propietario del Estado libre del Congo. Con dos cojones, menudo sarcasmo.

Eso que llamaron "Estado libre", no era otra cosa que un gigantesco campo de recolección de caucho, marfil y diamantes gestionado por las empresas que su majestad creó con el dinero de los ciudadanos belgas. Empresas con un único propósito, expoliar la zona. Expolio que se llevó a cabo mediante la esclavitud, los secuestros y las matanzas en masa.

El horror presenciado por Joseph Conrad en esa región le llevó a escribir “El corazón de las tinieblas". Por su parte, Arthur Conan Doyle denunció la barbarie de los empleados de la compañía Anglo- Belga del Congo. Cómo sería la situación en el Congo, que el cónsul británico, Roger Casement – protagonista de la excelente novela “El sueño del celta” de Mario Vargas Llosa - tras emitir su famoso informe de la situación, se convirtió en ferviente activista por la independencia de Irlanda.

A pesar de las críticas y la mala prensa, su católica majestad siguió con el negocio durante unos años más y no dudó en mostrar al mundo civilizado, en la Exposición Mundial de Bruselas de 1897 a un grupo de simpáticos congoleños que hacían las delicias de los curiosos visitantes a tan magno evento. Estos, agradecidos por el espectáculo, obsequiaban a los simpáticos salvajes con el lanzamiento de comida, aun a pesar de que un cartel informaba a los visitantes de que: “Los negros eran alimentados por el comité organizador”. Que lumbreras los miembros de ese comité, estaban en todo.

Cuando la situación en el Congo se hizo intolerable, el gobierno belga asumió el control y la administración del - a partir de entonces - “Congo Belga".

Poco cambió la situación de los congoleños. En cuanto al infame Leopoldo; siguió viviendo como un borbón - aunque no lo era, él era de los Sajonia-Coburgo y Gotha - hasta el fin de sus días, falleciendo a los setenta y cuatro años.

¡Larga vida al rey!



 

viernes, 3 de enero de 2025

Fouché el Camaleón

15 de enero de 1793, la Convención debe decidir un asunto sumamente delicado: la suerte de Luis XVI. Este hombrecillo glotón, convertido en Luis Capeto tras la revolución, ya no es un peligro para la república. El antaño delfín de Francia, es ahora un pez diminuto intentando respirar fuera del agua. No obstante, hay que enviar un mensaje rotundo al resto de las monarquías. Los miembros de este comité deben pues dar un SI o un NO, vida o muerte, de viva voz, nada de votos secretos, Robespierre exige que se sepa lo que decide cada uno para tomar nota.

Por descontado José Fouché prefiere el voto secreto. Sus artimañas y sus tretas parten siempre desde las sombras. Es mejor guardar un as en la manga para poder cambiar de chaqueta poco a poco y sin hacer ruido ¿Qué debe hacer, por tanto el senador Fouché en tan importante ocasión? Como moderado debe votar junto con sus compañeros girondinos a favor de la clemencia, pero algo le dice que debe sopesar su decisión con cautela. Los alborotadores llevan días rugiendo en la calle jaleados por Robespierre y sus acólitos. Los disturbios son constantes y el clamor popular pide ver la cabeza de Capeto en una pica.

Así pues, cuando al senador por Nantes le toca alzar la voz, la expectación es máxima. Su voto es decisivo. La tensión en su rostro es evidente, se pone de pie y emite su veredicto: la mort. 

Un año después, será su cabeza la que esté en juego. La rivalidad que Fouché y otros como él tienen con Robespierre es de sobra conocida, tanto, como el miedo que el fanático jacobino inspira por igual a amigos como a enemigos; nadie está a salvo de su dedo acusador. Temor que será al fin su condena. Una vez más, Fouché mueve los hilos para que sea este sádico inquisidor el que termine en el patíbulo, esa tarima grasienta que tantas veces pisó como acusador.

Tras el Terror llegó el Directorio y algo de tranquilidad. El senador Fouché se convirtió en Ministro de Policía, cargo que sin duda le venía como anillo al dedo. Su red de espías llegó a meterse hasta en la alcoba de Napoleón, caballo ganador al que el ministro permitió dar el golpe de estado que finiquitó la revolución. En pago a su inacción el 18 de Brumario, el nuevo Cónsul mantuvo a Fouché en su puesto, premiando sus ladinos servicios con un título nobiliario. El extremista jacobita, apodado el carnicero de Lyon por la purga que realizó en esta ciudad; azote del clero y la nobleza y látigo de la Revolución, se convirtió por obra y arte del futuro emperador, en el Duque de Otranto, título que antes de él nadie ostentó. Nuevo título confeccionado a medida, con blasón y todo.

El Duque estuvo varias veces en la picota, fue destituido de su puesto en varias ocasiones, pero siempre volvió a ser restituido en el cargo pues aunque el emperador no se fiaba de él, esta alimaña  oportunista, conocía secretos que era mejor que se los mantuviera en secreto.

Cayó el emperador y Fouché supo - una vez más - abandonar el barco a tiempo ¿Quién gobernaría Francia tras el imperio del Corso? Varios eran los candidatos. De nuevo el ministro debía elegir bando. Paradojas del destino, quiso este que el hermano del hombre al que mandó a la guillotina, fuera el candidato llamado a tomar las riendas del país, Francia volvería tener un rey, aunque ya no sería un déspota absolutista ¿O tal vez sí?

La restauración sentó en el trono a Luis XVIII, gracias a las negociaciones entre el Borbón, Talleyrand y, como no, con la complicidad, una vez más de ese hombre sin principios ni moralidad al que el nuevo rey mantendría en su cargo muy a su pesar. No obstante, esta vez, la jugada le saldrá bien a Fouché solo el tiempo necesario para que el nuevo rey tome posesión del cargo.

El rencor del monarca hacia los que asesinaron a su hermano y lo enviaron a él al exilio, no le permite olvidar. Recuerda muy bien el nombre de Fouché y al poco tiempo de su entronización cesa de su puesto a ese miserable y le condena al ostracismo primero y al destierro después. El que antaño fuera el maestro que movía los hilos del poder a su antojo, pasará sus últimos años de vida en una magnífica villa en un pueblo de Austria. 

Apartado del poder y las maquinaciones, Fouché se irá marchitando como un jardín abandonado a su suerte. 

Siglos después, en los libros de historia apenas se lo nombrará. Aparecerán los nombres de sus contemporáneos Marat o Danton y por supuesto Luis Capeto. Napoleón es un caso aparte del que mucho se ha escrito. Del mayor trepa de la historia solo se acordará un escritor que le dedicará un libro entero. Hablo del genial Stefan Zweig.













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Aquí estoy, junto a Santiago Posteguillo y Antonio Muñoz Molina!!

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¡Yo os maldigo por salir de la caverna!

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Primera ley de la Filosofía: Por cada Filósofo, existe otro filósofo igual y opuesto. Segunda ley de la Filosofía: Ambos filósofos están equivocados. Corolario: Una gran verdad es una verdad cuyo opuesto es también una gran verdad.

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