Este
siniestro personaje tiene, entre otros títulos, el de ser el mayor genocida de
la historia, superando en esta categoría, nada más y nada menos que a dos pesos
pesados de la barbarie y la estupidez, Adolf Hitler y Joseph Stalin. El
hijo del primer rey de los “belgas" que no de Bélgica - como si el pueblo
le hubiera elegido para dicho cargo - fue además de eso, fundador y único
propietario del Estado libre del Congo. Con dos cojones, menudo sarcasmo.
Eso
que llamaron "Estado libre", no era otra cosa que un gigantesco campo
de recolección de caucho, marfil y diamantes gestionado por las empresas que su
majestad creó con el dinero de los ciudadanos belgas. Empresas con un único
propósito, expoliar la zona. Expolio que se llevó a cabo mediante la esclavitud,
los secuestros y las matanzas en masa.
El
horror presenciado por Joseph Conrad en esa región le llevó a escribir “El
corazón de las tinieblas". Por su parte, Arthur Conan Doyle denunció la
barbarie de los empleados de la compañía Anglo- Belga del Congo. Cómo sería la
situación en el Congo, que el cónsul británico, Roger Casement – protagonista
de la excelente novela “El sueño del celta” de Mario Vargas Llosa - tras emitir
su famoso informe de la situación, se convirtió en ferviente activista por la independencia de Irlanda.
A pesar de las críticas y la mala prensa, su católica majestad siguió con el negocio durante unos años más y no dudó en mostrar al mundo civilizado, en la Exposición Mundial de Bruselas de 1897 a un grupo de simpáticos congoleños que hacían las delicias de los curiosos visitantes a tan magno evento. Estos, agradecidos por el espectáculo, obsequiaban a los simpáticos salvajes con el lanzamiento de comida, aun a pesar de que un cartel informaba a los visitantes de que: “Los negros eran alimentados por el comité organizador”. Que lumbreras los miembros de ese comité, estaban en todo.
Cuando
la situación en el Congo se hizo intolerable, el gobierno belga asumió el
control y la administración del - a partir de entonces - “Congo Belga".
Poco
cambió la situación de los congoleños. En cuanto al infame Leopoldo; siguió
viviendo como un borbón - aunque no lo era, él era de los Sajonia-Coburgo y
Gotha - hasta el fin de sus días, falleciendo a los setenta y cuatro años.
¡Larga
vida al rey!