La última copa esperaba antes de la soga. La única misericordia permitida con los condenados antes de pasar por el patíbulo, donde aguardaba la soga grasienta. Bajaron del carromato a Maggie dos tipos fornidos que la condujeron hasta la taberna donde rechazó con un gesto esa deferencia para con los que debían ser ajusticiados. La multitud guardaba silencio, una masa deforme, expectante. Ya no llovía, pero podía hacerlo de nuevo en cualquier momento pues así lo anunciaba el vientre de la nube que cubría la ciudad. El mugriento verdugo y el escuálido alguacil aguardaban en el cadalso.
¿Unas últimas palabras? ¿Qué podía decir?, ¿debía arrepentirse de algo?, de ser prácticamente abandonada y vendida por su padre; de no amar a un hombre que siempre la trató como si fuera una inútil, una pertenencia; de amar en secreto a un joven y fornicar con él; de ocultar el fruto de su pecaminosa relación ¿Qué debía gritar?, ¿qué no quería morir, qué no merecía morir; acaso cambiaría con ello su destino? ¿Les daría esa satisfacción a los que allí se reunían para verla convertida en un guiñapo? Negó de nuevo con la cabeza y cerró los ojos mientras le ponían la capucha.
No hubo un túnel con una luz al final, nadie esperando, en realidad no hubo nada, solo la oscuridad total y una gran presión alrededor del cuello. El cuerpo quedó balanceándose como un pequeño péndulo. Fin de la historia, mañana habría otra ejecución, con suerte incluso dos. El espectáculo había terminado. Cuando la plaza quedó vacía, los ayudantes del verdugo descolgaron el cadáver y lo metieron en una sala donde un médico, que parecía no haber pasado una buena noche, o más bien todo lo contrario, a tenor del olor a alcohol que desprendía, observó las pupilas de la mujer ajusticiada y le tomó el pulso brevemente en la muñeca. Con un gesto afirmativo confirmó que efectivamente, esa mujer estaba muerta, firmando a continuación el acta de defunción con desgana. Qué lástima, qué desperdicio, una chica tan joven, tan voluptuosa. En fin, ya pueden llevársela.
Cuando uno de los sepultureros se disponía a sellar el ataúd armado con un martillo y unos clavos, de pronto, comprobó con estupor que el cuerpo se movía. No podía ser cierto, su embotado cerebro sin duda le engañaba. Se quedó petrificado, sujetando el martillo sin saber qué hacer, ¿sería su imaginación o realmente se había movido? ¿Qué pasa? Preguntó el que parecía el jefe de la cuadrilla; vamos, tapa ese ataúd de una maldita vez, que hay que subirlo a la carreta y llevarlo al cementerio. Jefe, no va a creerme, pero juraría, por el eterno reposo de todos mis antepasados, que se ha movido. Qué estupideces dices, ¿ya has estado empinando el codo otra vez, qué habíamos hablado de eso Malcolm, no te da vergüenza? Que no patrón, que no he probado ni un trago, se lo juro. El incrédulo patrón se acercó al dubitativo viejo y, cuando se disponía pedirle que le echara el aliento, los ojos de éste parecieron salirse de sus arrugadas cuencas, el rostro se contrajo en una mueca de horror mientras que soltando el martillo y los clavos se quedó pegado a la pared, santiguándose repetidas veces. ¡Otra vez, otra vez! Mire patrón lo ha vuelto a hacer. ¿Qué coño estás...el patrón no terminó la frase, el grito que salió de la boca de la difunta dejó a los dos hombres helados. Los ojos de la mujer, completamente abiertos observaban el techo mientras su pecho se movía respirando con dificultad.
Mucho se habló y se especuló sobre el asunto de Maggie Dickson. Lo que ocurrió tras su resurrección fue motivo de toda clase de teorías, pero lo único cierto es que su caso sentó un precedente. Desde ese día, a los condenados a la pena capital, se los condenaba «a morir» en la horca. Como Maggie fue sentenciada a ser «ahorcada» y es obvio que la sentencia fue cumplida, la mujer quedó libre, pues no se podía repetir el ahorcamiento, aunque así lo pidieron a gritos muchos de los que se daban cita en Grassmarket.
Cuentan que en los días de ejecución, Maggie se asomaba al balcón de la taberna donde se bebía el último trago y les gritaba a los reos: tranquilos que no es para tanto.