Mediocres del mundo ¡Me río en vuestra cara!

sábado, 10 de febrero de 2024

Cinco minutos con Paco

 

Ahora que estamos a solas tú y yo, quiero aprovechar para decirte algunas cosas. Tranquilo Paco, no son reproches. Ya sé que no te gusta que te llamen Paco, tú prefieres Don Francisco, al César lo que es del César. Pero hoy, para mí, viéndote en ese ataúd, tan pequeño y consumido por la enfermedad que te ha matado, solo me pareces un hombrecillo, un Paco cualquiera. Sí ,ya sé que fuiste alguien importante en vida, una celebridad ¿Cómo no voy a saberlo, si me lo recordabas todos los días? Alguien a la altura de Don Miguel Delibes, o del otro Miguel, Unamuno; de los que hablabas horas y horas sin que te importara si te prestábamos atención. Tú, como siempre a lo tuyo, dando lecciones también en casa. Creo que te importaban más esos desconocidos que tus propios hijos.

Siempre fuiste generoso, sobre todo con el alcohol y si te invitaban todavía mejor, eso de pagar tú no iba contigo. Tuviste pocos amigos, la verdad es que no recuerdo a ninguno, aduladores nunca te faltaron, eso es cierto, ahí afuera hay unos cientos hablando de lo gran escritor que eras.

Amigas si que tuviste unas cuantas. Normal, eras tan apuesto y tan embaucador. Las alumnas se morían porque les prestaras «atención», algo que por descontado solías hacer con sumo gusto.

Tuviste una buena vida Paco, la merecieras o no. Eso solo lo puede juzgar al Altísimo, ese del que renegaste hasta que la metástasis se apoderó de ti. Quién lo diría, un ateo convencido, rezando en sus últimas horas. Tú que siempre eras tan coherente y carecías de las contradicciones que son tan humanas. Tranquilo Paco, que no se lo diré a nadie, tu secreto está a salvo.

Bueno, voy a salir un rato a tomar el aire, atenderé a la prensa y a las celebridades que llenan el recinto, sí, son muchos, no temas y tranquilo, que serás recordado, seguro que le ponen tu nombre a un colegio, eso sí, solo el nombre y el primer apellido el «Don» ya no se lleva, es algo viejo y caduco como lo eras tú.

Te dejo a solas amor mío, con tus pensamientos, como tanto te gustaba, estar siempre con la persona a la que más querías, contigo mismo.


Quedó el difunto en la sala silenciosa. A oscuras. Hablar no podía, no porque estuviera solo, eso lo hacía a menudo, el problema ahora era bien distinto, de haber podido decir algo, esto es lo que habría dicho: joder, menos mal que no eran reproches.




domingo, 4 de febrero de 2024

El asombroso Mike

 

Yo era un gallo feliz. El rey del corral; hasta que un día el granjero Lloyd decidió que era el momento de mi abdicación, vamos que, eufemismos a parte, el bueno de Lloyd decidió cortarme el pescuezo y hacer caldo de pollo conmigo.

Lo que sucedió esa mañana neblinosa podría considerarse un milagro, uno de esos que tanto le gustaban a la beata esposa del granjero, mujer corta de estatura y de entendederas que afirmaba ver, sin ningún género de dudas, la cara de la Virgen María en una mancha mohosa que apareció el año pasado en la parroquia del pueblo. Estos dos cretinos que decidieron poner fin a mi reinado, no podían imaginar lo que sucedería ese día, algo que cambió para siempre su vida y arruinó por completo la mía.

Los cerdos estaban inquietos, aunque no era San Martín, bien sabido es que esas sucias y miserables criaturas lo presienten todo. Los pasos del granjero anunciaban que la muerte rondaba a las ocas y a los pollos. Los cerdos no salían de la cochiquera, permaneciendo todos amontonados al fondo del pestilente cubículo como los malditos cobardes que son. Ignorante de lo que se avecinaba, yo cacareaba como siempre, mostrando a las gallinas mi escultural cuerpo como si fuera un pavo real en vez de un estúpido pollo con ínfulas de gallo. El hacha oxidada del granjero estaba a punto de ponerme en mi sitio.

Ahora entiendo como debió sentirse la pobre María Antonieta  cuando la llevaron hasta el cadalso, sucia, sin sus joyas y con la cabeza rapada.

Las manos de Lloyd eran callosas y enormes y me apretaban el gaznate con tanta fuerza que a punto estuvo de asfixiarme antes de decapitarme. Todo pasó en un segundo. Lo último que vi, antes de perder para siempre el maravilloso don de la vista, fueron los rostros despavoridos de mis queridas y añoradas gallinas, un aren digno de un sultán.

Tras el certero golpe que debía haber terminado con mi existencia, y que separó la cabeza del cuerpo, este permaneció como si nada hubiera sucedido y cuando Lloyd me soltó, comencé a correr como Forrest Gump, provocando en mi huida tal asombro entre el resto de las criaturas que esperaban ignorantes a que les llegara su turno como si no pasara nada, que comenzaron a gritar y a desmallarse. Por su parte, el verdugo se quedó quieto rascándose la cabeza mientras se reía como un idiota.

Supongo que os estaréis preguntando como pude sobrevivir a semejante clase de amputación fatal.

Al principio se pensó en un milagro, una especie de intervención divina había querido que el pobre animal permaneciera en el mundo de los vivos. Menos mal que se atribuyó semejante capricho al buen Dios, seguro que si el color de mi plumaje hubiera sido negro, la estúpida granjera habría culpado a Satanás de tal abominación, aberración maligna que, como todo el mundo sabe, solo puede eliminarse con el fuego purificador.

Tiempo después, cuando mi caso se hizo famoso y la ciencia lo estudió, hubo consenso sobre que lo que pasó, por extraño e improbable que parezca, es factible y, que la razón por la que permanecí vivo - si a eso se le puede llamar vida - aun sin cabeza, fue debido a la morfología cerebral de mi especie. 

Me explico: Parece ser que los gallos y las gallinas - que no somos precisamente la especie más inteligente del planeta, eso es un hecho; tanto como que «otros» que se atribuyen esta cualidad en exclusividad, en demasiadas ocasiones hacen nulo uso de ella - tenemos la mayoría de la masa encefálica en la parte posterior de la cabeza o tronco cerebral. 

El hachazo dejó parte de ese «cerebro» intacto y, por si esto fuera poco, un coágulo taponó la herida impidiendo que mi horrenda estampida fuera como una escena de una película de Tarantino.

Tras la decapitación llego el horror, espeso y oscuro y sin final, ese horror del que tanto hablaba el coronel Kurtz en esa maldita jungla ¿Qué sabría él de eso? Solo el tal Johnny, ese que cogió su fusil, podía saber lo que es esa clase de pavor. Solo alguien como él puede saber de lo que estoy hablando.

Esa ceguera eterna, esa especie de muerte que no llega. Tener hambre y no poder abrir la boca - el pico en mi caso - para comer una papilla insípida que entra directamente por un tubo introducido en el esófago; eso es lo que me alimentaba mientras era exhibido en las ferias de medio país junto a el hombre lobo, la mujer pez y los siameses chinos. Un grupo que causaba repulsión y lástima en la mayoría de los casos. Asombro, miedo y curiosidad también son calificativos válidos. 

Si hubiera tenido ojos, habría visto esos rostros que me observaban intentando comprender lo que estaban contemplando, sí hubiera tenido mis oídos, habría podido oír sus cuchicheos y sus comentarios, aunque mejor no oírlos, pues la mayoría eran crueles y no recibía aplausos como el hombre forzudo o el que tragaba fuego. Ante mi presencia solo había silencio, risas y chistes. En eso me había convertido, del rey del gallinero a bufón de una corte de retrasados, ¿y para qué? ¿Por qué mantener con vida a tan ruinosa criatura? Por dinero, obviamente.

Mi penosa existencia fue durante dieciocho meses, una fuente de ingresos nada despreciable para mis propietarios, esa pareja de granjeros mequetrefes. Casi dos años en el limbo, hasta que una mañana se les acabó el negocio a esos dos sádicos. 

Tras una de las ingestas de papilla, mi pobre cuerpo comenzó a convulsionar y al fin mi corazón dejó de latir.

Ni siquiera recibí un sepultura digna y lo más seguro es que terminara alimentando a los coyotes. Tras mi muerte, el imbécil de Lloyd pasó por el hacha a muchos de mis congéneres, pues tenía la peregrina creencia de que, si golpeaba con el mismo hacha y de la misma manera, el milagro se volvería a repetir. Nunca des a un cretino un poder que no pueda controlar.

Esta es mi historia ¿Qué podemos aprender de ella? Supongo que solo una cosa. Que hasta un pobre pollo que se cree gallo de pelea, puede convertirse en leyenda.






"Once del once"

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Tú, director de prestigio, sí, tú, esta es tu película ¿Te atreves?

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Aquí estoy, junto a Santiago Posteguillo y Antonio Muñoz Molina!!

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¡Yo os maldigo por salir de la caverna!

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Primera ley de la Filosofía: Por cada Filósofo, existe otro filósofo igual y opuesto. Segunda ley de la Filosofía: Ambos filósofos están equivocados. Corolario: Una gran verdad es una verdad cuyo opuesto es también una gran verdad.

11-11-1918. El fin de la locura. Poilus y Hellfighters volverán a casa

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