Llega un momento en la vida en el que los recuerdos pesan como una losa. Ese “momento”, suele sorprendernos, pues poco le importa que no haya sido invitado; puede hacerlo mediante una canción, una fotografía o al doblar una esquina; sobre todo si esa esquina tiene algún recuerdo importante entre sus ladrillos.
Puede acechar en ese pequeño rincón donde jugabas de niño o en ese juguete que aún permanece en casa de tus padres; ese que tanta ilusión y felicidad te dio gracias a la festividad de los Reyes Magos que aunque sea una enorme mentira…
Esos recuerdos saben esconderse entre los pliegues de la nostalgia como un camaleón que está a tu lado y no eres capaz de verlo por culpa de esa ceguera que siempre te acompaña.
Tiene muchos nombres, tantos como los lugares a los que querías ir y nunca fuiste. Como las oportunidades que dejaste pasar o las personas de las que te separaste .
Es paciente y sabe cuando es el momento oportuno para recordarte que solo eres un pobre cretino que ha malgastado su vida.
Tal vez solo sea un recordatorio de que poco importa quién seas o lo que hagas, pues, en el fondo no eres más que un pobre idiota. Otro de tantos. Por suerte para nosotros, ese momento es efímero y se pasa pronto; ya podemos seguir a lo nuestro. Menudo alivio.
